Los ángeles custodios son personas angélicas, seres
espirituales, creados por Dios y asignados por Él a cada ser humano desde el momento
mismo en que cada ser humano es concebido. Ahora bien, ¿para qué asigna Dios un
ángel a cada ser humano? La imaginería popular y también el descenso de la fe y
la adulteración de la fe católica por parte de los mismos católicos, ha
desvirtuado, desdibujado y hasta alterado la función de los ángeles. En la gran
mayoría de los católicos, los ángeles -cuando se cree en ellos, puesto que la
gran mayoría de los católicos no cree en los ángeles custodios- cumplen un rol
que poco o nada tiene que ver con el verdadero rol de los ángeles custodios
asignados por Dios a los hombres. Para muchos católicos, el ángel de la guarda
es casi un personaje mitológico, en el sentido de que su existencia no es
verdad de fe, sino una especie de “narración” piadosa –no tiene existencia en
la realidad- cuya función es la de “proteger” a niños pequeños –cuanto más
pequeños, mejor- pero, a medida que esos niños crecen, la función “protectora”
de estos seres míticos se desdibuja a tal punto, que termina por desaparecer. De
hecho, el noventa por ciento o más de los católicos adultos, no cree en el
existencia de los ángeles de la guarda y esto se comprueba porque no se dirigen
a ellos por la oración ni tampoco saben para qué están, si es que creen que
están. Esta falta de fe en los ángeles custodios es parte de –paradójicamente-
de la crisis de fe de los católicos, una fe infantil, que se quedó en las
primeras clases de Catecismo y que jamás fue profundizada ni, mucho menos,
practicada.
Dicho esto, recordemos entonces para qué están los ángeles
de la guarda, asignados por Dios a cada ser humano desde el momento mismo en
que es concebido. La función de los ángeles custodios, como su nombre lo
indica, es la de ser “mensajeros guardianes” -puesto que “ángel” significa “mensajero”-
y como un mensajero lleva mensajes, en el caso de los ángeles, los mensajes que
trae al hombre vienen de parte de Dios. ¿Y qué dicen esos mensajes? Le dicen al
hombre que tenga presentes, en su mente y en su corazón, los Mandamientos de la
Ley de Dios; le dicen al hombre que piense más en Jesús y en su Pasión, que en
las cosas del mundo; le dicen al hombre que piense en su destino eterno, porque
esta vida pasa pronto y llega el Juicio Particular, juicio que podrá sortear
sólo si tiene su corazón en gracia y sus manos llenas de obras de misericordia.
Ésos son los mensajes que los ángeles de la guarda dan a los hombres, pero el
hombre, cuanto más aturdido está por el mundo, menos capaz se vuelve de
escuchar a estos celestiales seres, de ahí la importancia del silencio y de la
oración. Estos ángeles son también “guardianes” y un guardián es alguien que
protege del mal. ¿De qué mal? Ante todo, del mal del materialismo, del
hedonismo, del ateísmo, que le hacen perder al hombre el sentido de
trascendencia y de eternidad. Pero también protegen estos seres celestiales del
mal hecho persona, es decir, de los ángeles caídos, las “potestades malignas de
los aires”, los ángeles rebeldes y apóstatas, que libremente decidieron no amar
y no servir a Dios y por eso mismo fueron precipitados al Infierno eterno. Ahora
bien, estos ángeles malignos acechan al hombre y le tienden trampas a cada
paso, buscando perder sus almas por el pecado. Los ángeles custodios tienen la
misión, encargada por Dios, de defender a los hombres de las acechanzas de los
demonios, de manera tal de que sean capaces de no solo evitar estas trampas,
sino de conservar la vida de la gracia, hasta el momento del Juicio Particular.
La tarea de los ángeles de la guarda se ve facilitada cuando
las personas no solo creen en ellos, sino que además acuden a ellos, pidiéndoles
que los protejan de los ángeles de la oscuridad y que los ayuden a conservar la
gracia santificante, de manera tal de poder alcanzar algún día el Reino de los
cielos. La tarea de los ángeles de la guarda se dificulta cuando el católico “piadoso”
reduce su existencia a seres míticos que solo protegen a la infancia y que
desaparecen cuando los niños crecen. Con una fe infantil, la tarea de los
ángeles se dificulta mucho.
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