San Juan Diego, un indígena mexicano de la etnia chichimecas,
es el protagonista de una de las más grandes apariciones marianas de la
historia de la Iglesia, la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Ante los
ojos de los hombres, que juzgan por las apariencias, San Juan Diego no habría desempeñado
ningún papel de trascendencia y habría sido relegado, por el contrario, a
tareas siempre menores: debido a su condición nativa, a su pobreza, su escasa
cultura –apenas sabía leer y escribir- y a su nula posición social y económica,
San Juan Diego sería lo que hoy en día se conoce como “un marginal” en la
sociedad. Sin embargo, la Santísima Virgen María lo eligió a él y no a otro,
más preparado, más culto, más inteligente, con mayor posición social, con mayor
influencia entre los poderosos, para que llevara a cabo la importantísima tarea
que debía encomendarle y que desembocaría en uno de los más asombrosos milagros
marianos, la imagen de la “Virgen de Guadalupe”, impresa en la tilma de Juan
Diego.
¿Por
qué la Virgen eligió a Juan Diego y no a otro, más inteligente, más culto, más
preparado, para la misión de la impresión de su imagen? La respuesta está en el
Magnificat, cuando la misma Virgen
dice: “(El Señor) despide a los ricos con las manos vacías y enaltece a los
humildes”. La Virgen eligió a San Juan Diego por su fe, por su inocencia, por
su humildad, por su amor al prójimo, por su docilidad y por su amor a la Santa
Misa y a la Eucaristía.
La
Virgen lo eligió por su fe, porque luego de ser catequizado, se bautizó y desde
que fue bautizado, vivió su religión con gran amor, practicándola con gran
fervor hasta el día de su muerte. También su esposa, María Lucía, se bautizó y
ambos, enamorados de la castidad, decidieron vivir en perfecta continencia[1].
La
Virgen lo eligió por su amor a la Misa y a la Eucaristía, porque para asistir a
Misa los sábados y domingos, debía recorrer 20 kilómetros, y debía hacerlo a
pie y descalzo, como lo hacían los de su etnia en ese tiempo, a causa de su
pobreza.
La
Virgen lo eligió por su amor al prójimo y por su misericordia, porque él
cuidaba de su tío enfermo, el cual entró en agonía al momento de las
apariciones; precisamente, en medio de las apariciones, Juan Diego decide ir
por otro camino, para no encontrarse con la Virgen para ir a pedir auxilio espiritual
para su tío Juan Bernardino, que se encontraba en trance de muerte.
La
Virgen lo eligió por su humildad, porque Juan Diego, luego de ser rechazado por
primera vez por el obispo Juan de Zumárraga, le pidió humildemente a la Virgen
que eligiera a otra persona con más capacidad que él, que se consideraba un “pobre
hombrecito”.
La
Virgen lo eligió por la inocencia de su corazón, porque a pesar de ser ya un
hombre de adulto, vivía su fe con la pureza de un niño y esa fue la razón por
la cual la Virgen pudo aparecérsele, porque la Virgen no se aparece a
cualquiera, y mucho menos a los soberbios.
La
Virgen lo eligió por su docilidad, porque obedeció a todo cuanto Ella le dijo
que hiciera, aun cuando humanamente, para él, le era difícil y hasta imposible
hacerlo o creerlo, como por ejemplo, hablar nuevamente con el obispo Zumárraga,
cuando ya lo había rechazado por primera vez, o ir a la cumbre del Monte
Tepeyac, a recoger rosas, cuando por la época, era imposible que hubiera rosas,
o, finalmente, en la decisión tal vez más difícil para Juan Diego, en vez de ir
a buscar ayuda espiritual para su tío moribundo, desviarse de su camino para ir
a transmitir el mensaje de la Virgen –que pedía que se erigiese en el Monte
Tepeyac un iglesia- al obispo Zumárraga.
La
Virgen elige a San Juan Diego porque es pobre de espíritu y manso de corazón,
dos de las Bienaventuranzas que más asemejan al alma al Sagrado Corazón de su
Hijo Jesús: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
Reino de los cielos”; “Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a
Dios” (Mt 5, 3-12).
La
vida de San Juan Diego nos enseña, entonces, que lo que cuenta a los ojos de
Dios –que mira a los hombres a través de los ojos de la Virgen-, no son ni los
títulos académicos, ni la ciencia, ni la posición social, ni tampoco la
posición de poder, incluso dentro de la Iglesia: lo que cuenta, para Dios, que
lee el corazón a través de la mirada maternal de la Virgen, es si en el alma
hay fe, humildad, misericordia, bondad, inocencia, docilidad, castidad, pobreza
de espíritu, amor a la Santa Misa y a la Eucaristía, como lo había en el
corazón de San Juan Diego.
[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20141209&id=12317&fd=0
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