En un mundo como el nuestro, dominado
por el materialismo y el exitismo y el deseo de acumular bienes materiales a
toda costa, como fruto de una visión puramente temporal y terrena, sin visión
sobrenatural, en la que todo se limita a esta vida y no hay una perspectiva de
una vida en el más allá, la vida, las palabras, las acciones de los santos, nos
abren un horizonte nuevo que nos permiten trascender los estrechos límites de
la vida humana.
Es lo que sucede con santos como
Santa Catalina de Siena, quienes a pesar de vivir en la tierra, el estado de
gracia santificante permanente y las gracias místicas recibidas, hacían de sus
vidas terrenas un anticipo del cielo en la tierra. Santa Catalina vivía en una
unión mística permanente con Jesús y es por eso que vivía en grado heroico las
virtudes sobrenaturales como la castidad y la caridad, y es este grado de unión
mística con Jesús por la gracia, lo que explica sus elecciones, incomprensibles
para el mundo materialista y ateo de hoy. Fue esta unión con Jesús lo que llevó
a Santa Catalina a elegir la corona de espinas en vez de la corona de oro que
le ofrecía Jesús. En la visión en la que Jesús se le presentó ofreciéndole que
eligiera una de las dos coronas, Santa Catalina de Siena le respondió así: “Yo
deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu Pasión, y encontrar en el
dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite[1]”.
Luego, tomó ansiosamente la corona de espinas y se la colocó sobre la cabeza.
La elección de Santa Catalina de Siena
no se entiende a la luz de la filosofía atea y existencialista, materialista y
utilitarista del mundo progresista y sin valores trascendentales en el que
vivimos hoy. El mundo de hoy pone sus esperanzas en el oro, en el dinero, en la
materia, porque no cree en Dios, porque ha desplazado a Dios, pero esas esperanzas son vanas, porque el dinero nada puede dar, sino desesperación y vacío. No en vano Jesús
advierte en el Evangelio: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13), porque el que pone sus esperanzas en el dinero, pone sus esperanzas en el vacío y en la nada. Santa Catalina, al elegir la
corona de espinas, nos está diciendo lo mismo que nos dice Jesús en el Evangelio: no se puede servir al rey
dinero; se debe servir al Rey de reyes, al Rey coronado de espinas, al Rey cuya
corona no es una corona de oro, de plata, de zafiros, de rubíes, sino de
gruesas y afiladas espinas; al Rey de la gloria, al Rey cuyo trono es una cruz
ensangrentada y cuyo cetro son tres gruesos clavos de hierro.
Como los santos son ejemplos que Dios
Uno y Trino nos brinda para que los imitemos, hagamos como Santa Catalina, y
pidamos también como ella a Jesús la corona de espinas, porque no podemos, de
ninguna manera, pretender una corona de oro, mientras nuestro amado Rey está
coronado de espinas. Más que pedir, supliquemos, roguemos, imploremos, con
lágrimas de contrición en los ojos y arrodillados ante la cruz, a la Virgen de los Dolores, que está de pie junto a la Cruz, mientras besamos con amor los pies
ensangrentados del Rey de reyes, que nos dé la corona de espinas de su Hijo
Jesús.