Al ser elegido por Dios como Padre adoptivo de Jesús y como
Esposo legal de María Virgen, San José fue, podemos afirmarlo con toda
seguridad, el hombre más dichoso de toda la tierra, no solo porque recibió el
dote de gracias necesarias para llevar adelante esta doble tarea encomendada
por la Trinidad, sino porque además compartió los días de su vida terrena con
el Hombre-Dios Jesucristo y con la Madre de Dios, María Santísima, los seres sin
los cuales nada de lo que existe tiene sentido ni belleza ni vida ni
excelencia.
Como parte esencial de la tarea encomendada por la Trinidad,
San José tuvo a su cargo la Sagrada Familia, y es así que, como Padre de
familia, cuida de Jesús y de María en Belén, buscando provisiones y procurando
hacer una fogata para resguardarlos del frío de la Noche de Navidad; cuida de
ellos en la Huida a Egipto, arriesgándose para que nada les pase en el
peligroso viaje; cuida de ellos en la infancia de Jesús, enseñando al Niño Dios
lo que todo buen padre enseña a su pequeño hijo, aun cuando este hijo adoptivo
sea su mismo Creador; cuida de Jesús y de María a lo largo de la vida oculta de
Jesús, procurando el sustento diario por medio del duro trabajo de carpintero.
San José es inmensamente feliz en su vida cotidiana, porque trata todos los
días con los más hermosos seres que jamás hayan conocido los cielos y la
tierra, Jesús y María.
Y
luego, cuando sus fuerzas lo abandonan y los días en la tierra, fijados por la
Trinidad, llegan a su término, no por esto finaliza la dicha de San José; por
el contrario, lo que hace es continuar y continuar para siempre, porque si San
José cuidó de ellos durante toda su vida, ahora Jesús y María cuidan de San José
en el momento de su partida a la Casa del Padre, porque San José muere en
brazos de Jesús y de María. El amor con amor se paga, y el amor dado por San
José a Jesús y a María es devuelto no cientos de miles de veces, sino infinitos
de infinitos de infinitos de veces, porque es un Amor que es Eterno, porque el
Amor de Jesús y de María es el Amor del Espíritu Santo, el Amor mismo de Dios;
el Amor con el que aman Jesús y María a San José, es el Amor del Espíritu de
Dios; el Amor que late en el Sagrado Corazón de Jesús y en el Inmaculado
Corazón de María, es el Divino Amor, y es con este Amor con el que aman a San José.
Que San José nos enseñe, entonces, a amar siempre y en todo momento, a Jesús y
a María, y solo a Jesús y a María, y a nada más y nadie más que a Jesús y a
María, porque Jesús y María nos aman como a San José, con el Amor que late en los
Sagrados Corazones, el Divino Amor, el Espíritu Santo.
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