San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 10 de mayo de 2024

San Juan de Ávila, Patrono de los sacerdotes españoles

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en el año 1500, de una familia muy rica, pero al morir sus padres, en vez de quedarse con la fortuna que le correspondía por herencia, lo que hizo fue repartir todos sus bienes entre los pobres, para luego ingresar en el seminario. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá. Fundó más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades católicas. Debido a sus numerosas enfermedades, sufrió mucho en sus últimos veinte años, aunque esto no le impedía recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual y dando a todos ejemplos de gran santidad. De entre todas sus virtudes, sobresalía una particular y era su gran humildad, considerándose a sí mismo como un pobre y miserable pecador y esto se vio sobre todo en el momento de su muerte: estando ya agonizante y viendo que el sacerdote que le daba la extremaunción lo trataba con gran veneración, le dijo: “Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más”. Ya en sus últimos momentos, cuanto más aumentaban sus dolores en la proximidad de la muerte, apretaba el crucifijo entre sus manos y exclamaba: “Dios mío, sí, si te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. Así el santo no solo no se quejaba de su enfermedad, sino que se unía a los dolores de Cristo crucificado, santificándose a través de sus dolores ofrecidos a Jesús. Murió santamente el 10 de mayo del año 1569, diciendo “Jesús y María”. Fue beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.

         Mensaje de santidad.

         Desde el principio de su sacerdocio demostró en sus homilías una gran sabiduría sobrenatural, lo cual hacía que el pueblo acudiera en gran número a escuchar sus sermones sin importar el lugar donde él iba a predicar. Preparaba cada predicación con cuatro o más horas de oración de rodillas ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente y así Jesús, actuando a través de él, lograba la conversión de un gran número de pecadores. No prometía vida en paz a quienes querían vivir en paz con sus pecados, pero sí animaba enormemente a todos los que deseaban salir de su anterior vida de pecado, para que comenzaran a vivir la vida de la gracia. Pero no solo el pueblo laico acudía a escucharlo, sino también muchos sacerdotes, ejerciendo sobre ellos un gran ascendiente, por lo cual el Sumo Pontífice lo nombró “Patrono de los sacerdotes españoles”. A los sacerdotes en particular los hacía meditar en la Pasión de Jesucristo y en la Eucaristía y en el valor de los sacramentos y luego los enviaba a predicar, consiguiendo grandes frutos, como por ejemplo la conversión de San Juan de Dios. Había tres grandes temas que predominaban en sus sermones: la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María, siendo el amor a la Eucaristía una de las virtudes principales del padre Juan de Ávila. Precisamente, estando ya enfermo, quiso ir a celebrar misa a una ermita, pero por el camino sintió que le faltaban las fuerzas; entonces el Señor se le apareció en figura de peregrino y le dio ánimos para que llegara y oficiara la Santa Misa. En una de las últimas Misas que celebró le habló Nuestro Señor Jesucristo a través del crucifijo y le dijo: “Perdonados te son tus pecados”[2]. Al recordarlo en su día, le pedimos a San Juan de Ávila que, habiendo conseguido con sus sermones tantas conversiones de pecadores, nos alcance del Señor Dios la gracia de nuestra conversión y la de nuestros seres queridos, pero le pidamos una gracia específica: la conversión, por intercesión de la Virgen María, a Jesús Eucaristía, Dador del Espíritu Santo.


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