Vida de
santidad[1].
Peón
y labrador español, nació cerca de Madrid, alrededor del año 1070; murió el 15
de Mayo de 1130, en el mismo lugar. Estaba al servicio de un tal Juan de
Vargas, en una finca en los alrededores de Madrid[2], capital de España. Junto
con su esposa, Santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una dura vida de
trabajo y al mismo tiempo de piedad, fe, amor y devoción a la Santa Misa y a la
Eucaristía, convirtiéndose así en un verdadero modelo del honrado y piadoso
agricultor cristiano. El patrón de Madrid, hoy capital de España, no es un
rey, ni un cardenal, ni un rey poderoso, ni un poeta ni un sabio, ni un
jurista, ni un político famoso. El patrón es un obrero humilde, vestido de paño
burdo, con gregüescos sucios de barro, con capa parda de capilla, con abarcas y
escarpines y con callos en las manos. Es un labrador, San Isidro. Como el Padre
de Jesús, cuyas palabras nos transmite San Juan en el Evangelio 15, 1: “Yo soy
la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”. San Isidro es ampliamente
venerado también como el patrón de los campesinos y los peones.
Mensaje
de santidad.
A San
Isidro Labrador se lo representa con una yunta de bueyes, porque era
agricultor, pero también con un ángel a su lado, por la siguiente razón: San
Isidro, que era un trabajador incansable, al mismo tiempo era un gran devoto de
la Santa Misa y de la Eucaristía. Por esta razón, cuando no podía asistir a
Misa, al oír las campanas que repicaban en el momento de la consagración, San
Isidro se arrodillaba para adorar al Cristo Eucarístico, el Hombre-Dios
Jesucristo, oculto en apariencias de pan. San Isidro era un ejemplo en el
trabajo, era el primero en llegar y el último en partir y no solo nunca se
quejaba del duro trabajo de agricultor, sino que lo ofrecía como un sacrificio
a Dios, por medio de Jesucristo, uniendo su trabajo a Jesús crucificado, tal
como todo cristiano debe hacer. Pero había días en los que San Isidro, en vez
de ir al trabajo, asistía a la Santa Misa. Entonces sucedió que unos compañeros
suyos de trabajo, otros agricultores, envidiosos de San Isidro, fueron a
demandarlo al patrón, acusándolo de que San Isidro llegaba tarde al trabajo
cuando había Misa -en esos tiempos no había Misas todos los días, como ahora-
por lo cual le pedían que le descontara esos días del salario. El patrón, Juan
de Vargas, dueño de las tierras en las que San Isidro trabajaba, movido por
estas intrigas, acudió uno de los días en que se celebraba Misa y, escondido
detrás de un árbol, vio que efectivamente no se encontraba San Isidro, pero
también observó que sus bueyes estaban arando y que el que los guiaba era un
ser luminoso, el cual resultó ser el Ángel de la guarda de San Isidro Labrador.
Lo que sucedía entonces era que, cuando San Isidro asistía a Misa, era verdad
que llegaba tarde al trabajo, pero su Ángel lo reemplazaba en su tarea y así
nunca dejaba de cumplir con lo que le habían asignado, e incluso daba más fruto
que el trabajador habitual. También se le atribuyen a San Isidro y a su esposa,
Santa María de la Cabeza, llamada así porque en su día festivo sacan la cabeza
de la santa en procesión y también en tiempos de sequía, el milagro de haber
resucitado al hijo pequeño de ambos, el cual había caído en un pozo con agua y
murió ahogado, pero las oraciones de los esposos fueron escuchadas y el hijo
muerto volvió a la vida[3]. A
partir de entonces y en acción de gracias, los esposos hicieron voto de
castidad y decidieron vivir en casas separadas y así lo hicieron hasta sus
respectivas muertes, durante unos cuarenta años[4]. Una
vez muerto, la Tradición afirma que se le apareció al Rey Alfonso
de Castilla y le mostró el sendero escondido por el cual sorprendió a los musulmanes
y consiguió la victoria de Las Navas de Tolosa, en 1212. Cuando el Rey Felipe
III de España fue curado de una enfermedad mortal al tocar las reliquias del
santo, el rey cambió el antiguo relicario por uno costoso, hecho de plata.
San Isidro Labrador nos deja varios mensajes de santidad,
como el amor a la Santa Misa y a la Eucaristía; la devoción al Ángel de la
guarda; el poder del sacramento del matrimonio, cuando los esposos viven una
vida de santidad y rezan juntos, porque por la oración de ellos su hijo, que
había fallecido ahogado, volvió a la vida; nos enseña también el valor
santificador del trabajo, que se vuelve fuente fecunda de santidad cuando el
trabajo se une al Sacrificio Redentor de Jesucristo en la Cruz; nos enseña
también que para se puede ser santo en cualquier estado de vida y que la
santidad no depende de la sabiduría humana, sino de la Sabiduría divina de la
cruz, porque siendo analfabeto, San Isidro poseía sin embargo una profunda
sabiduría, la sabiduría celestial que comunica Jesucristo desde la cruz y desde
la Eucaristía.
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