Vida
de santidad[1].
nació en Alejandría de Egipto en el año 295. Obispo y Doctor de la Iglesia, preclaro
por su santidad y doctrina, defendió con valentía en Alejandría de Egipto la fe
católica en Cristo como Dios Hijo encarnado, desde el tiempo del emperador
Constantino hasta Valente, por lo cual tuvo que soportar numerosas asechanzas
por parte de los arrianos y ser desterrado en varias ocasiones. Finalmente,
regresó a la Iglesia que se le había confiado, donde, después de haber luchado
y sufrido mucho con heroica paciencia, descansó en la paz de Cristo en el
cuadragésimo sexto aniversario de su ordenación episcopal († 373).
Mensaje de santidad.
Su
principal mensaje de santidad es el haber defendido con valentía e inteligencia
la verdadera doctrina católica acerca de la constitución íntima de Jesús de
Nazareth. Mientras que Arrio, también sacerdote católico, pero hereje, había
logrado, luego del Concilio de Nicea, propagar la falsa idea de que Jesús de
Nazareth era una creatura excelsa, sí, pero solo una creatura humana, San
Atanasio se opuso fervientemente a esta peligrosa herejía, que amenazaba con
hacer caer todo el edificio dogmático de la Iglesia Católica, transformándola,
de Iglesia y Esposa Mística del Cordero, en una iglesia más entre tantas de las
iglesias inventadas por los hombres. La oposición a Arrio le valió ser
desterrado cinco veces por medio de sendos decretos imperiales: fue desterrado
por los emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente, pero esto no
hizo retroceder ni un milímetro a San Atanasio en la defensa de la divinidad de
Cristo. Si Arrio, que era un sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de
Alejandría, triunfaba en su negación de la divinidad de Cristo, negando la
igualdad substancial entre el Padre y el Hijo, con esta teoría herética le daba
una estocada mortal al corazón mismo de la Iglesia y del cristianismo. En
efecto, si Cristo no es Hijo de Dios, es decir, si Cristo no es Dios Hijo
encarnado, si Cristo no es la Segunda Persona de la Trinidad que se encarna en
el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo, para la salvación del hombre,
no sería posible, de ninguna manera, la redención del hombre y la Sagrada
Eucaristía, que es la prolongación de la Encarnación del Verbo de Dios, sería
un simple pan y no el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios. Gracias a la
valentía de San Atanasio, que no se dejó amedrentar por las expulsiones, las
burlas, las amenazas de muerte de parte de los herejes, muchos en la Iglesia,
sobre todo sacerdotes y obispos, comenzaron a retractarse de sus errores en
relación a Cristo y comenzaron a reconocerlo como a Dios Hijo encarnado, con lo
cual la herejía arriana retrocedió hasta casi desaparecer, aunque hay que decir
que, en la actualidad, esta herejía ha regresado con mucha fuerza, en el seno
mismo de la Iglesia Católica. Por esto mismo, debemos pedirle a San Atanasio
para que interceda por nosotros, para que nunca nos dejemos seducir por la
herejía que niega la divinidad de Cristo Dios, puesto que, si negamos esta
verdad de fe, no solo abandonamos la Iglesia, sino que la Sagrada Eucaristía,
que es el Corazón de la Iglesia, quedaría reducida para nosotros a un mero
trocito de pan bendecido. Gracias a la valentía de San Atanasio, a su coraje,
determinación, inteligencia y gran amor a la Verdad, la Iglesia Católica jamás
perdió la fe en la Sagrada Eucaristía como Pan Vivo bajado del Cielo, como Pan
de Vida eterna, como la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del
Espíritu Santo. Y, por la asistencia del Espíritu Santo, jamás perderá la fe en
Cristo Dios en la Eucaristía.
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