Las
santas mártires Felicitas y Perpetua[1] murieron en Cartago, ciudad
romana del Norte de África, el 7 de marzo del 203, junto con tres
compañeros: Revocato, Saturnino y Segundo, durante la persecución del
emperador romano Septimio Severo, el cual había prohibido, incluso hasta con pena
de muerte, la conversión al catolicismo. Los detalles del martirio de estos
santos de la Iglesia del Norte de África han llegado hasta nosotros
gracias a una descripción contemporánea[2]. Perpetua era una joven de
la nobleza romana que acababa de dar a luz a su hijo, y Felicitas era una
esclava. El relato de su encarcelación y martirio, escrito en buena parte por
la misma Perpetua antes de morir, es uno de los testimonios más completos de
las persecuciones romanas y del heroísmo sobrenatural de los primeros
cristianos. Así, los sufrimientos de la vida en prisión, los intentos del padre
de Perpetua de inducirla a la apostasía, las vicisitudes de los mártires antes
de su ejecución, las visiones de Sáturo y de Perpetua en sus calabozos, fueron puestas
por escrito por estos dos últimos. Poco después de la muerte de los mártires
otro cristiano añadió a este documento un relato de su ejecución. Después de su
arresto y antes de que fueran llevados a prisión, los cinco catecúmenos fueron
bautizados.
El juicio de los seis prisioneros tuvo lugar ante el
Procurador Hilariano. Los seis confesaron resueltamente su fe cristiana.
El padre de Perpetua, llevando en brazos el hijo de ésta, se le acercó
nuevamente y trató, por última vez, de inducirla a la apostasía; el procurador
también razonó con ella, pero fue en vano. Ella se rehusó a hacer un sacrificio
a los dioses para la protección del emperador. El procurador, por tanto, sacó
al padre por la fuerza, momento en el cual él fue azotado. Los cristianos
fueron condenados a ser despedazados por las bestias durante el
festival por el cumpleaños del emperador; al enterarse de la sentencia, los
mártires, lejos de llorar y desesperarse, dieron sin embargo gracias a Dios por
esta sentencia de muerte, porque sabían que la muerte en Cristo no erar más que
el paso a la eternidad en el Reino de los cielos, porque esa es la recompensa que
da Cristo a quienes dan testimonio de Él hasta el derramamiento de sangre. Luego
de la sentencia a muerte, fueron trasladados a otra prisión, cerca del circo
adonde serían arrojados a las bestias.
Felicitas, quien al momento de su encarcelamiento contaba
con ocho meses de embarazo, pensaba que no se le permitiría sufrir martirio
junto con los demás, ya que la ley prohibía la ejecución de una mujer
embarazada. Sin embargo, como había recibido la gracia del martirio, dos días
antes de los juegos dio a luz a una niña, que fue adoptada por una mujer
cristiana, con lo cual Felicitas se alegró doblemente: porque su hija sería
educada en la fe católica y porque ella estaría en condiciones de sufrir el
martirio.
El 7 de marzo, los prisioneros fueron llevados al
anfiteatro. A petición de la muchedumbre pagana, primero fueron azotados;
luego, un jabalí, un oso y un leopardo se colocaron frente a los hombres, y una
vaca salvaje frente a las mujeres. Heridos por los animales salvajes, se dieron
uno a otro el beso de la paz, y fueron pasados por la espada.
El relato[3] de su ejecución es el
siguiente: “Los mártires marcharon de la cárcel al anfiteatro como si fueran al
cielo, con el rostro resplandeciente de alegría y llenos de gozo. La primera en
ser lanzada en alto fue Perpetua, quien cayó de espaldas. Al ver a Felicitas
tendida en el suelo se acercó, le dio la mano y la levantó. Perpetua -que había
sido embestida por una vaca enfurecida-, como si despertara de un sueño (su
espíritu había estado en éxtasis, contemplando al Cordero, mientras su cuerpo
era embestido por el animal), comenzó a mirar alrededor suyo y, asombrando a
todos, dijo: “¿Cuándo nos arrojarán esa vaca, no sé cuál es?”. Como le dijeran
que ya se la habían arrojado, no quiso creerlo hasta que comprobó en su cuerpo
y en su vestido las marcas de la embestida. Haciendo venir a su hermano,
catecúmeno, dijo: “Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no
os escandalicéis de vuestros padecimientos”.
Sáturo, otro de los mártires, animaba al soldado Prudente
diciéndole: “Hasta ahora, no he sentido ninguna de las bestias. Créeme que
cuando salga de nuevo, seré abatido por una única dentellada de leopardo”. Y efectivamente,
fue arrojado un leopardo y éste con una dentellada lo dejó agonizando, pero
antes de morir, dijo a Prudente: “Adiós y acuérdate de la fe y de mí; que estos
padecimientos no te turben, sino que te confirmen”. Luego le pasó su anillo,
empapado en sangre, como herencia, para caer en tierra ya sin vida.
Los que quedaban con vida, a pedido de la muchedumbre,
fueron llevados para ser decapitados. Todos los mártires, inmóviles y en
silencio, recibieron el golpe de la espada”.
El relato de la ejecución de los mártires cartagineses
finaliza así: “¡Oh valerosos y felices mártires! ¡Oh, vosotros, que de verdad
habéis sido llamados y elegidos para gloria de Nuestro Señor Jesucristo!”.
Mensaje de santidad.
¿Qué mensaje de santidad nos dejan los mártires?
Sus muertes hacen cierta esta afirmación: “La sangre de los
mártires es semilla de cristianos”, es decir, la sangre derramada por Cristo
despierta la fe en quien la tenía dormida, o la concede a quien no la tenía, por
eso, cuanto más se persigue a la Iglesia Católica, tanto más frutos de santidad
obtiene la Iglesia;
Alegría ante la muerte por Cristo, porque saben que la
recompensa es el cielo;
Ausencia de dolor en sus cuerpos y paz en sus almas, a pesar
de las terribles torturas, porque los mártires son asistidos por el Espíritu
Santo;
Nos aconsejan permanecer firmes en la fe, que es la del
Credo, porque es la puerta abierta al cielo;
Nos animan a que, en el Amor del Espíritu Santo, nos amemos
los unos a los otros, como Cristo nos pide en el Evangelio;
Conocen que su muerte está próxima, pero no sienten ni
angustia, ni miedo, ni desesperación, sino paz y alegría, porque saben que en
pocos instantes entrarán en la eternidad, para cantar las alabanzas al Cordero
para siempre, con sus cuerpos y almas glorificados;
Nos piden encarecidamente que no nos dejemos abatir por
nuestros sufrimientos terrenos, porque si estos son ofrecidos a Cristo por
manos de la Virgen, nos abren las puertas del cielo.
[1] La fiesta de estas santas se
celebra el 7 de marzo y sus nombres fueron añadidos al Canon Romano.
La descripción en latín de su martirio fue descubierta por Holstenius, y
publicada por Poussines. Los capítulos III-X contienen la narración de
Perpetua; los capítulos XI-XIII las de Saturo; los capítulos I, II, y XIV-XXI
fueron escritos por un testigo ocular poco después de la muerte de los
mártires.
[3] De la historia del martirio de los
santos mártires cartagineses, Caps. 18. 20-21, edición van Beek, Nigema 1936,
42. 46-52.
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