San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 9 de diciembre de 2021

San Juan de la Cruz

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de santa Teresa de Ávila, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Úbeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

         Mensaje de santidad.[2]

         San Juan de la Cruz era un santo místico, lo cual significa que, por la gracia de Dios, recibía una luz especial en relación a los misterios de la fe, que no la tenían quienes no poseían esa gracia. En otras palabras, la gracia lo hacía contemplar los misterios de la vida de Cristo tal como los ve Dios, lo cual resulta incomprensible a los hombres. Esta incomprensión se derivó en una persecución al santo, no desde fuera de la Iglesia, sino desde dentro mismo de la Iglesia y esa persecución fue la causa de que el santo fuera encerrado en una celda y que sufriera malos tratos, incluidos el frío, el hambre, la soledad, las amenazas y hasta los golpes físicos. El santo fue encerrado en una celda que tenía unos tres metros de largo por dos de ancho y la única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la “Sexta Morada”: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Por esta razón, tiempo después, el santo dijo: “No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo”. Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo: “En dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido”. En la víspera de la Asunción, el prior Maldonado entró en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y le dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. “Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?”, le dijo Maldonado. “Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa”, replicó Juan. “No lo haréis mientras yo sea superior”, repuso Maldonado. En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: 2Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba”.

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: “Por ahí saldrás y yo te ayudaré”. En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.

Esta experiencia de sufrimiento, incomprensión, calumnias, persecución injusta, que sufrió San Juan de la Cruz, nos enseña que, por un lado, el santo no permitió que todas estas cosas malas lo apartaran del Amor de Cristo, puesto que siempre se mantuvo fiel a la verdadera fe católica; por otro lado, nos enseña que el seguimiento de Cristo implica todo esto -sufrimiento, incomprensión, calumnias, persecución injusta- porque todo esto lo sufrió Cristo y si un discípulo quiere seguir a su maestro, en este caso Cristo, debe estar dispuesto a seguirlo incluso hasta la muerte de cruz, porque Cristo murió en la cruz. San Juan nos enseña que en el seguimiento de Cristo está implícita la muerte de cruz, porque solo por la muerte en la cruz –física y espiritualmente hablando- se puede llegar al Reino de Dios.

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