Si
se considera superficialmente la devoción de Jesús Misericordioso, podemos
formarnos una idea equivocada acerca de la Misericordia Divina; podemos pensar
que, sin importar qué vida llevemos aquí, si una vida de santidad y gracia o
una vida de pecado, iremos todos al Cielo; podemos pensar que Dios es tan
misericordioso, que ha cerrado las puertas del Infierno y que el Infierno está
vacío; incluso muchos llegan a pensar que hasta el mismo Diablo será perdonado
al fin de los tiempos y que por eso el Infierno está vacío. Nada más lejos de
la realidad: Dios es infinita Misericordia, es verdad, pero también es infinita
Justicia y si alguien, por libre voluntad, decide morir en estado de pecado
mortal, se condena irremediablemente en los lagos de fuego del Infierno.
A
causa de esta mala comprensión acerca de la Misericordia y de la Justicia
Divinas, hay muchos, entre los católicos, que creen que el Infierno no existe.
Otros creen que sí existe, pero que sólo están los ángeles caídos, que ya las
personas no van allí, sosteniendo que Dios es bueno, puro y lleno de amor; pero
como dijimos, esas personas se olvidan de que Dios también es infinitamente
justo. También se olvidan que el mismo Jesús nos habló en varias ocasiones
sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos y que de hecho, en el Juicio
Final, muchos serán condenados para siempre, siendo apartados de la Presencia
de Dios, para ser arrojados al Infierno: “Apártense de mi malditos de mi
padre... vayan al fuego eterno” (Mt
25,41). Que el Infierno existe, es real y dura para siempre, es de creencia
obligatoria para los católicos, y es de los dogmas de nuestra fe que presenta
mayor número de textos de la Sagrada Escritura que lo sustentan. Además, es
llamativo el número de veces que Jesús nombra al Infierno y al Príncipe de las
tinieblas, Satanás; podríamos decir que nombra al Infierno tanto o más que al
Reino de Dios.
Santa
Faustina Kowalska, la monja polaca beatificada y canonizada por el mismo San
Juan Pablo II, tuvo una visión del Infierno en 1936, concedida por el mismo
Jesús, para que la hiciera del conocimiento de todos. Ahora bien, más que
visión del Infierno, podemos decir que, si nos ajustamos a sus palabras, Santa
Faustina, más que “ver” el Infierno, “fue llevada” al mismo y es esto lo que
ella revela, en persona, de su estadía en el Infierno, en su Diario:
“En
Cracovia el 20 de octubre de 1936: Hoy, un Ángel me llevó a los precipicios del
Infierno. Es un lugar de grandes torturas. ¡Es impresionante el tamaño y la
extensión del sitio! He aquí los tipos de torturas que vi: La primera tortura
en que consiste el Infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el remordimiento
de conciencia perpetuo; la tercera es saber que esa condición nunca va a
cambiar; la cuarta es el fuego que penetrará el alma sin destruirla, un
sufrimiento terrible, ya que es un fuego puramente espiritual, encendido por la
ira de Dios; la quinta tortura es la permanente oscuridad y un terrible hedor
que sofoca, y que, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los
condenados se ven y ven toda la malignidad, tanto propia como de los demás; la
sexta tortura es la compañía constante de satanás; la séptima tortura es la
horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas, las maldiciones
y las blasfemias”. Luego describe Santa Faustina cuáles son los “tormentos para
cada tipo de pecado: Estas son las torturas que sufren en general todos los
condenados, pero éste no es el fin del sufrimiento. Hay torturas especiales
destinadas a las almas en particular. Son los tormentos de sus sentidos. Cada
alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la
manera en que han pecado. Hay cavernas y fosos de tortura en la que cada tipo
de agonía es diferente. Yo hubiera muerto con la simple visión de esas
torturas, si no hubiera sido porque la omnipotencia de Dios me sostenía. Que
sepa el pecador que será torturado por toda la eternidad en aquellos sentidos
que utilizó para pecar. Estoy escribiendo esto por mandato de Dios, para que
ninguna alma pueda excusarse diciendo que no existe el Infierno, o que nadie ha
estado allí, y que por tanto no puede saberse cómo es. Yo, la Hermana Faustina,
por orden de Dios, he visitado los abismos del Infierno, para poder hablar a
las almas sobre esto y para poder dar testimonio de su existencia. He recibido
el mandato de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios están llenos de odio
hacia mí, por esto. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi.
Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos
que se han negado en creer que existe un infierno. Cuando regresé, apenas podía
recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por
consiguiente, oro aún más fervorosamente por la conversión de los pecadores.
Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos. Oh mi Jesús,
preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores
sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados”.
No
nos formemos una idea equivocada de Dios; no abusemos de su Misericordia;
aprovechemos nuestro paso por la vida terrena, viviendo bajo los rayos de Jesús
Misericordioso, para que en la otra vida no vayamos al Infierno, sino al Reino
de los cielos, por toda la eternidad.
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