San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 5 de octubre de 2021

Santa Faustina Kowalska y su experiencia mística del Infierno

 



Si se considera superficialmente la devoción de Jesús Misericordioso, podemos formarnos una idea equivocada acerca de la Misericordia Divina; podemos pensar que, sin importar qué vida llevemos aquí, si una vida de santidad y gracia o una vida de pecado, iremos todos al Cielo; podemos pensar que Dios es tan misericordioso, que ha cerrado las puertas del Infierno y que el Infierno está vacío; incluso muchos llegan a pensar que hasta el mismo Diablo será perdonado al fin de los tiempos y que por eso el Infierno está vacío. Nada más lejos de la realidad: Dios es infinita Misericordia, es verdad, pero también es infinita Justicia y si alguien, por libre voluntad, decide morir en estado de pecado mortal, se condena irremediablemente en los lagos de fuego del Infierno.

A causa de esta mala comprensión acerca de la Misericordia y de la Justicia Divinas, hay muchos, entre los católicos, que creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que sólo están los ángeles caídos, que ya las personas no van allí, sosteniendo que Dios es bueno, puro y lleno de amor; pero como dijimos, esas personas se olvidan de que Dios también es infinitamente justo. También se olvidan que el mismo Jesús nos habló en varias ocasiones sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos y que de hecho, en el Juicio Final, muchos serán condenados para siempre, siendo apartados de la Presencia de Dios, para ser arrojados al Infierno: “Apártense de mi malditos de mi padre... vayan al fuego eterno” (Mt 25,41). Que el Infierno existe, es real y dura para siempre, es de creencia obligatoria para los católicos, y es de los dogmas de nuestra fe que presenta mayor número de textos de la Sagrada Escritura que lo sustentan. Además, es llamativo el número de veces que Jesús nombra al Infierno y al Príncipe de las tinieblas, Satanás; podríamos decir que nombra al Infierno tanto o más que al Reino de Dios.

Santa Faustina Kowalska, la monja polaca beatificada y canonizada por el mismo San Juan Pablo II, tuvo una visión del Infierno en 1936, concedida por el mismo Jesús, para que la hiciera del conocimiento de todos. Ahora bien, más que visión del Infierno, podemos decir que, si nos ajustamos a sus palabras, Santa Faustina, más que “ver” el Infierno, “fue llevada” al mismo y es esto lo que ella revela, en persona, de su estadía en el Infierno, en su Diario:

“En Cracovia el 20 de octubre de 1936: Hoy, un Ángel me llevó a los precipicios del Infierno. Es un lugar de grandes torturas. ¡Es impresionante el tamaño y la extensión del sitio! He aquí los tipos de torturas que vi: La primera tortura en que consiste el Infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el remordimiento de conciencia perpetuo; la tercera es saber que esa condición nunca va a cambiar; la cuarta es el fuego que penetrará el alma sin destruirla, un sufrimiento terrible, ya que es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta tortura es la permanente oscuridad y un terrible hedor que sofoca, y que, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven y ven toda la malignidad, tanto propia como de los demás; la sexta tortura es la compañía constante de satanás; la séptima tortura es la horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas, las maldiciones y las blasfemias”. Luego describe Santa Faustina cuáles son los “tormentos para cada tipo de pecado: Estas son las torturas que sufren en general todos los condenados, pero éste no es el fin del sufrimiento. Hay torturas especiales destinadas a las almas en particular. Son los tormentos de sus sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la manera en que han pecado. Hay cavernas y fosos de tortura en la que cada tipo de agonía es diferente. Yo hubiera muerto con la simple visión de esas torturas, si no hubiera sido porque la omnipotencia de Dios me sostenía. Que sepa el pecador que será torturado por toda la eternidad en aquellos sentidos que utilizó para pecar. Estoy escribiendo esto por mandato de Dios, para que ninguna alma pueda excusarse diciendo que no existe el Infierno, o que nadie ha estado allí, y que por tanto no puede saberse cómo es. Yo, la Hermana Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del Infierno, para poder hablar a las almas sobre esto y para poder dar testimonio de su existencia. He recibido el mandato de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios están llenos de odio hacia mí, por esto. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que se han negado en creer que existe un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aún más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos. Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados”.

No nos formemos una idea equivocada de Dios; no abusemos de su Misericordia; aprovechemos nuestro paso por la vida terrena, viviendo bajo los rayos de Jesús Misericordioso, para que en la otra vida no vayamos al Infierno, sino al Reino de los cielos, por toda la eternidad.

 

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