Puede suceder, entre los cristianos, que se tenga un miedo
irracional hacia el Demonio, cuando esto no debería suceder así, como nos
enseña Santa Teresa. Es verdad que el Demonio provoca terror, horror, espanto,
si el alma se encuentra con él cara a cara, pero esto sucede cuando el alma no
está con Dios y la Santa Cruz, porque cuando el cristiano se aferra a la Cruz,
en donde está el Hijo de Dios crucificado, es el Demonio el que experimenta el
terror y el espanto, como cuando una fiera salvaje es acorralada por el cazador
contra el fondo de su cueva. Precisamente, contra los miedos injustificados al
demonio, reflexionaremos acerca de una página de Santa Teresa de Ávila, tomada
de su Vida (capítulo 25, 20-22)[1],
en la que nos hace ver cómo es el Demonio el que teme a la Cruz y porqué el
cristiano debe aferrarse a la Cruz, para dejar de temer al Demonio y, con la
fuerza de la Cruz, vencerlo.
Dice
así la santa: “Pues si este Señor es Poderoso, como veo que lo es, y sé que lo
es, y que con sus esclavos los demonios – y de ello no hay que dudar, pues es
fe -, siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a
mí? ¿Por qué no he de tener yo fortaleza para combatirme con todo el infierno?”.
Santa Teresa se refiere a Jesús como “Señor Poderoso”, que tiene a los demonios
como “esclavos”; por lo tanto, si alguien es siervo de este “Señor y Rey”, como
lo debe ser todo cristiano, entonces esa alma tendrá toda la fortaleza divina
que proviene de la Santa Cruz para combatir no sólo al Demonio, sino a todo el
Infierno.
Luego
continúa: “Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme Dios
ánimo, que yo vi otra en breve tiempo, que no temiera tomarme con ellos a
brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera a todos; y así
dije: – Ahora venid todos, que siendo sierva del Señor, yo quiero ver qué me
podéis hacer”. Afirma Santa Teresa que antes, cuando no tenía la Santa Cruz, le
tenía miedo a los demonios pero que ahora, teniendo ella la Santa Cruz en la mano,
Dios le daba ánimo, le daba fuerzas y ahora le parecía que con la Santa Cruz no
sólo no les temía, sino que le parecía que podía vencerlos a todos.
Al
recordarla en su día, le pidamos a esta gran santa de la Iglesia Católica, una
de las más grandes que ha tenido la Iglesia en su historia, que interceda por
nosotros, para que aferrados a la Santa Cruz, salgamos victoriosos en la lucha
espiritual contra las “potestades de los aires”.
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