La Carta de San Judas, en el Nuevo Testamento, es una de las
más cortas; sin embargo, es también una de las más severas en lo que respecta
al desvío intencional en las verdades y dogmas de la Santa Fe Católica, al
advertir con firmeza acerca de herejes e impíos surgidos en el seno de la misma
Iglesia. En efecto, San Judas advierte acerca de “los impíos que hacen de la
gracia de nuestro Dios un pretexto para su libertinaje y niegan a nuestro único
Dueño y Señor, Cristo Jesús”. Los impíos son los faltos de piedad, de amor y de
adoración hacia Dios Nuestro Señor Jesucristo; son los que usan el nombre de
católicos para llevar a cabo sus vilezas y abominaciones y esto sucede en el
seno mismo de la Iglesia, porque así lo dice San Judas: “Se han deslizado entre
ustedes ciertos hombres a los que Dios, de antemano reserva su condenación” (1,
4). Claro ejemplo de quienes usan el nombre de católicos, pero solo para cometer
sus vilezas, son el Presidente de EE.UU., Biden y el Presidente de Argentina,
Alberto Fernández, impulsores demoníacos del genocidio del aborto. Sin embargo,
pueden promover todo el aborto que quieran, pero del Eterno Juez no se
salvarán: de Dios nadie se burla. El destino de los impíos, de los faltos de
piedad y de amor hacia Dios, es la eterna condenación. Luego hace un repaso de
cómo Dios dio muerte a aquellos que, perteneciendo al Pueblo Elegido, sin
embargo se mostraron incrédulos ante el verdadero Dios y decidieron postrarse
ante los ídolos paganos: “Quiero recordarles que el Señor salvó a su pueblo del
país de Egipto; y después dio muerte a los de entre ellos fueron incrédulos”.
Después nombra a los ángeles caídos, los demonios, quienes fueron expulsados
del Cielo por su rebelión contra Dios: “Hizo lo mismo (Dios) con los ángeles
que no conservaron su domicilio, sino que abandonaron el lugar que les
correspondía: Dios los encerró en cárceles eternas, en el fondo de las
tinieblas, hasta que llegue el gran día del Juicio” (1, 5). Dios no perdona la
impiedad, ni a los hombres, ni a los ángeles, nos advierte San Judas Tadeo. Luego nombra a los habitantes de Sodoma
y Gomorra, quienes también sufrieron la Ira de Dios, por atentar contra la
naturaleza, creada por el mismo Dios: “Lo mismo que Sodoma y Gomorra y las
ciudades vecinas que también se prostituyeron dejándose atraer por uniones
contra la naturaleza, se ponen como ejemplo al padecer el castigo del fuego
eterno” (1, 7).
También da un consejo a los cristianos que desean vivir
según la Ley de Dios, que se aparten de los hombres que sólo buscan su propio
deseo carnal e impuro: “Ustedes, amadísimos, recuerden lo que anunciaron los
apóstoles de Cristo Jesús nuestro Señor. Ellos les decían: Al fin de los
tiempos habrá hombres que se burlarán de las cosas sagradas y vivirán según sus
deseos impuros”. Esta clase de hombres, dice San Judas Tadeo, “no tienen al
Espíritu Santo”: “Aquí tienen a hombres que causan divisiones, hombres
terrenales que no tienen el Espíritu Santo”. El cristiano debe vivir orando en
el Amor de Dios, el Espíritu Santo y así debe permanecer, esperando que Jesús
lo lleve a la vida eterna: “En cambio ustedes, muy amados, construyan su vida
sobre las bases de su santísima fe, orando en el Espíritu Santo. Manténganse en
el amor de Dios, esperando la misericordia de Cristo Jesús nuestro Señor, que
los llevará a la vida eterna”. El cristiano no debe permanecer callado, sino
que debe “tratar de convencer a los que dudan”, para que así se salven de la
eterna condenación, pero deben tener mucho cuidado de no participar de su
pecado: “sálvenlos, arrancándolos de la condenación; a los demás trátenlos con
compasión, pero con prudencia, aborreciendo hasta las ropas contaminadas por su
cuerpo”.
Por último, revela a quién debe ser dado todo el honor, el
poder y la gloria: al Dios Uno y Trino, que nos salva por medio de Nuestro
Señor Jesucristo: “Al Dios único que los puede preservar de todo pecado y
presentarlos alegres y sin mancha ante su propia gloria, al único Dios que nos
salva por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, a él Gloria, Honor, Fuerza y
Poder desde antes de todos los tempos, ahora y por todos los siglos de los
siglos. Amén (1, 17-25)”.
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