San José tuvo la gracia inigualable de ser el padre adoptivo
y terreno del Hijo de Dios encarnado. Esto significa que, sin ser el padre por
naturaleza de Nuestro Señor, fue hecho partícipe de la paternidad divina de
Dios, Padre Eterno.
El ser padre adoptivo de Jesús le fue concedido porque San
José era varón pleno de dones, virtudes y gracias. Entre otras virtudes y
gracias, caracterizaron a San José la castidad, la pureza de cuerpo y alma, la
fe, la devoción, la piedad, la humildad, la fortaleza, etc. Pero sobre todo,
había una gracia en particular que sobresalía en San José: como ya dijimos, el
ser hecho partícipe de la paternidad divina de Dios Padre.
Esto quiere decir que San José debía cumplir, en la tierra y
en el tiempo, el papel de Padre que Dios cumplía en el cielo y en la eternidad.
¿En qué consistía el papel de Dios Padre? Ante todo, contemplaba a su Hijo, en
quien “tenía puesta toda su predilección”, puesto que su Hijo era su misma
Sabiduría, era su Verbo y era su Palabra y al contemplarlo, lo amaba, con un
Amor Eterno, el Amor Divino, el Espíritu Santo.
Dios Padre, desde la eternidad, contemplaba a su Hijo, que
había sido engendrado en su seno paterna también desde la eternidad y junto con
la contemplación, lo amaba con su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
De la misma manera San José, en relación a su Hijo adoptivo,
si bien no había surgido de él –porque San José no era su padre biológico-, sin
embargo imitaba a Dios Padre y participaba de su contemplación y de su amor por
Jesús. San José contemplaba a Jesús, siendo Jesús Niño y Joven y se maravillaba
–al ser iluminado por el Espíritu Santo- por el hecho de que su Hijo Jesús no
era un niño más entre tantos, sino que era Dios Hijo encarnado, hecho Niño, su
Niño, para que él, San José, cuidara de Jesús con todo su amor paterno. San
José contemplaba a Jesús y no podía salir de su asombro, al comprobar, con la
luz del Espíritu Santo que lo iluminaba, que su Hijo Jesús era la Segunda
Persona de la Trinidad y que se había encarnado, que había descendido del seno
del Padre al seno virgen de María Santísima y que, oculto en una naturaleza
humana, hablaba, caminaba, reía, lo ayudaba en sus labores y, sobre todo, lo
amaba como su Padre adoptivo. Si San José amaba a Jesús con su amor paterno,
Jesús le devolvía ese amor, amándolo con el Amor de su Sagrado Corazón, el
Espíritu Santo.
San José, entonces, miraba la humanidad de su Hijo y en ella
y a través de ella contemplaba la divinidad de la Segunda Persona y por esta
razón lo amaba y lo adoraba y es por esto que San José es modelo de contemplación
y de adoración eucarística, porque nosotros, de alguna manera, podemos imitar a
San José, mirando con los ojos corporales a la apariencia de pan y
contemplando, con la luz de la fe, a Dios Hijo encarnado, Presente, glorioso y
resucitado, en la Eucaristía y amando, como amaba San José a su Hijo, Dios
encarnado, a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar. Por este motivo, San
José es nuestro modelo de contemplación y adoración eucarística.
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