San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 22 de abril de 2021

Santa Catalina de Siena

 


         Vida de santidad[1].

         Catalina nació en Siena, Italia, el 25 de marzo de 1347 y era la vigésimo cuarta hija de Santiago y Lapa Benincasa. A los quince años entró a la Tercera Orden de Santo Domingo, comenzando una vida de penitencia muy rigurosa. A los diecinueve años de edad celebró su matrimonio místico con Cristo. Nuestro Señor se le apareció y le dijo: “Ya que por amor a Mi has renunciado a todos los gozos terrenales y deseas gozarte solo en Mí, he resuelto solemnemente celebrar Mi esposorio contigo y tomarte como mi esposa en la fe”. Entonces Jesús puso un anillo de oro en el dedo de Catalina, y dijo: “Yo, tu creador y Salvador, te acepto como esposa y te concedo una fe firme que nunca fallará. Nada temas. Te he puesto el escudo de la fe y prevalecerás sobre todos tus enemigos”[2].

         Mensaje de santidad.

         Existen varios episodios de la vida de Santa Catalina que nos dejan, cada uno de ellos, un gran mensaje de santidad. Por ejemplo, al Papa, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”, le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Aviñón y regresar a Roma, con estas palabras: “¡Ánimo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”. Por estas valientes y decisivas palabras, dirigidas al Vicario de Cristo, es que el Papa regresó a Roma y así puso fin a la crisis que se había desatado en la Iglesia. Esto nos enseña, por un lado, que aun el Papa necesita consejos y mucho más como en este caso, que provienen del cielo, aunque son transmitidos por un instrumento humano; por otro lado, nos enseña que los enemigos de la Iglesia, que están dentro de Ella y quieren destruirla a toda costa, son también nuestros enemigos y debemos actuar en consecuencia, como lo hizo Santa Catalina, obrando por la oración y la acción, en este caso, dando el consejo espiritual al Santo Padre.

En otra ocasión, a un joven condenado a muerte y a quien ella había acompañado hasta el patíbulo, le dijo en el último instante: “¡A las bodas, dulce hermano mío, que pronto estarás en la vida duradera!”. Con estas palabras, la santa evidencia la gran verdad de nuestra fe católica, que es creer en la vida eterna, la cual comienza una vez atravesado el umbral de la muerte terrena, aunque por supuesto que, para llegar a esta vida eterna, se debe creer en Cristo como Dios Hijo encarnado y estar en estado de gracia en el momento de la muerte. Otro mensaje de santidad, por último, proviene de su condición de religiosa, como consagrada a Dios: Nuestro Señor se le apareció en la celda y le ofreció dos coronas, una de oro y otra de espinas, invitándola a elegir la que quisiera. La santa respondió: “Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conformada a tu pasión y a tu dolor, encontrando en el dolor y el sufrimiento mi respuesta y deleite”. Entonces, Santa Catalina eligió la corona de espinas y con decisión la tomó y la presionó con fuerza sobre su cabeza[3]. Esto nos enseña que también nosotros, aunque no se nos aparezca Jesús ofreciéndonos una corona de oro y otra de espinas, debemos elegir llevar la corona de espinas, aunque sea espiritual y moralmente: si Él está en la Cruz coronado de espinas, nosotros no podemos, en esta vida, llevar una corona de oro. En la otra vida, si morimos en gracia, Dios nos concederá la corona de gloria, infinitamente más valiosa que la corona de oro, pero mientras vivamos en esta vida terrena, debemos elegir, como Santa Catalina de Siena, la corona de espinas, para así vivir continuamente unidos a Cristo crucificado.

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