San Casimiro era hijo del rey de Polonia y tuvo la
gracia de ser educado por unos padres sumamente devotos y por el profesor
Calímaco, quien lo introdujo en el camino de la santidad. Su más grande anhelo
y su más fuerte deseo era siempre agradar a Dios y por eso trataba siempre de
evitar no solo el pecado mortal, sino también el venial e incluso las
imperfecciones. Para lograr esto buscaba de dominar su cuerpo, antes de que las
pasiones sensuales mancharan su alma. Aunque era hijo del rey, sin embargo
vestía muy sencillamente, sin ningún lujo. Hacía múltiples mortificaciones, sea
en el comer, en el beber, en el mirar y en el dormir; muchas veces dormía sobre
el duro suelo y se esforzaba por no tomar licor. Y esto lo hacía en un palacio
real, donde las gentes eran bastante inclinadas a una vida fácil y de muchas
comodidades y comilonas.
Para Casimiro el centro no solo de su devoción sino de
su vida, era la Pasión y Muerte de Jesucristo. San Casimiro sabía que para crecer
en el amor a Dios es muy provechoso meditar en la Pasión de Jesucristo y es así
que pasaba la mayoría del tiempo meditando en la Agonía de Jesús en el Huerto y
en los azotes que padeció, como también en la coronación de espinas y las
bofetadas que le dieron a Nuestro Señor, además de la subida de Jesús al
Calvario y en las cinco heridas del crucificado, meditando también en el amor
que llevó a Jesús a sacrificarse por nosotros. Le gustaban los cristos muy sangrantes,
y ante un crucifijo se quedaba tiempos y tiempos meditando, suplicando y dando
gracias.
Otra gran devoción de Casimiro era la de Jesús
Sacramentado. Como durante el día estaba sumamente ocupado ayudando a su padre
a gobernar el Reino de Polonia y de Lituania, aprovechaba el descanso y el
silencio de las noches para ir a los templos y pasar horas y horas adorando a
Jesús en la Santa Hostia.
A pesar de tener mucha gente adinerada a su alrededor,
pues eran los miembros de la corte real, sus preferidos sin embargo eran los
pobres. La gente se admiraba de que, siendo hijo de un rey, nunca ni en sus
palabras ni en su trato se mostraba orgulloso o despreciador con ninguno, ni
siquiera con los más miserables y antipáticos. Esta predilección por los pobres
no era pura filantropía, sino que era el amor tan grande que le tenía a Dios, el
que lo llevaba a amar inmensamente al prójimo, y es por esto que nada le era
tan agradable y apetecible como la entrega de todos sus bienes en favor de los
más necesitados, y no sólo de sus bienes materiales, sino de su tiempo, sus
energías, de su influencia respecto a su padre y de su inteligencia. Otra virtud
que se destacó en San Casimiro fue el amor a la pureza: su padre quiso casarlo
con la hija del Emperador Federico, pero Casimiro dijo que le había prometido a
la Virgen Santísima conservarse en perpetua castidad y es por esto que renunció
a tan honroso matrimonio.
Los secretarios y otras personas que vivieron con
Casimiro durante varios años estuvieron todos de acuerdo en afirmar que lo más
probable es que este santo joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su
vida. Y esto es tanto más admirable en cuanto que vivía en un ambiente de
palacio de gobierno donde generalmente hay mucha relajación de costumbres. A su
padre el rey le advertía con todo respeto pero con mucha valentía, las fallas
que encontraba en el gobierno, especialmente cuando se cometían injusticias
contra los pobres.
Se enfermó de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a
la corta edad de 26 años, murió santamente dejando en todos los más edificantes
recuerdos de bondad y de pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de Lituania.
Mensaje de santidad.
En un tiempo en donde se enarbolan las banderas de la
impureza, de la lujuria, de la fornicación, como derechos humanos, y en un
tiempo en el que los jóvenes pasan su tiempo embelesados con esos espejitos de
colores que son los celulares, las computadoras y la televisión, el ejemplo de
San Casimiro resplandece con todo el brillo de la santidad, señalando para los
jóvenes de nuestro tiempo el camino que conduce al cielo. San Casimiro
transmite a los jóvenes –y a los no tan jóvenes- cuál es el camino que conduce
al cielo: el amor a la gracia –no basta con evitar el pecado-, el amor a la
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo –en vez de pasar horas consumiendo contenido
vacío de santidad en las pantallas-, el deseo de imitarlo –en vez de imitar a
tantos personajes que llevan vida disipada-, el amor a los pobres –que, como
dijimos, no es filantropía, sino reverberación del amor a Dios, que se vuelca
de preferencia en los más desamparados-; por último, el amor a la pureza, a la
castidad, en lugar del desenfreno de las pasiones que alejan del camino de la
santidad. La vida de San Casimiro es un
libro abierto en donde los jóvenes de hoy pueden contemplar cómo es el camino
que conduce a la unión con Dios en esta vida y por la eternidad.
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