En el cuerpo humano los órganos se dividen en vitales y no
vitales; dentro de los órganos vitales –se llaman así porque sin ellos no hay
vida en el cuerpo-, el primero de todos es el corazón. El corazón entonces es
el órgano vital por excelencia, porque sin el corazón no podemos vivir, ya que el corazón bombea la sangre, que contiene
oxígeno y nutrientes, a todos los miembros del cuerpo y así los otros órganos y
el cuerpo entero, viven gracias al corazón que les concede la vida por medio de
la sangre. El corazón es un órgano vital porque sin el corazón, no hay vida en
el cuerpo.
En la Iglesia Católica sucede de la misma manera: hay un
corazón que da vida a la Iglesia y ese Corazón es el Sagrado Corazón de Jesús, que
está en la Eucaristía. A los ojos del cuerpo, la Eucaristía parece un trocito
de pan, pero en la realidad, es el Sagrado Corazón de Jesús, que nos da su
vida, que es la vida divina, la vida de Dios Trinidad. En la Eucaristía late el
Sagrado Corazón de Jesús, vivo, glorioso, resucitado, lleno de la vida de Dios.
Por eso, cuando comulgamos, no comulgamos un pedacito de pan, sino al Sagrado
Corazón de Jesús y el Sagrado Corazón de Jesús nos da todo lo que Él contiene
en su interior: su Sangre Preciosísima y con su Sangre, su Vida divina, la vida
de Dios; nos concede su fortaleza, su paz, su alegría. Por eso, comulgar,
recibir al Sagrado Corazón en nuestras almas, es lo mejor que nos puede pasar
en la vida. Hay quienes piensan que lo mejor en la vida es tener dinero, o ser
famoso, o recibir el aplauso de los demás, pero eso no es lo más hermoso de la
vida: lo más hermoso de la vida es recibir al Sagrado Corazón de Jesús, que
late, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía.
Honremos al Sagrado Corazón, entronizando su imagen en
nuestras casas y familias, pero también lo adoremos en la Eucaristía y, una vez
que lo recibamos, lo entronicemos y lo adoremos en nuestros corazones.
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