Según el Martirologio Romano, San Esteban, protomártir, en
el siglo I, fue un varón lleno de fe y del Espíritu Santo; fue el primero de
los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su
ministerio, y también fue el primero de los discípulos del Señor que derramó su
sangre en Jerusalén, dando testimonio de Cristo Jesús al afirmar que veía al
Señor sentado en la gloria a la derecha del Padre, al ser lapidado mientras
oraba por los perseguidores. Se le llama “protomártir” porque fue el primer
mártir que tuvo el honor de derramar su sangre por proclamar su fe en
Jesucristo.
Sucedió
que después de Pentecostés, los apóstoles, llenos de la fuerza y el ardor del
Espíritu Santo, dirigieron el anuncio del mensaje cristiano a los más cercanos,
que eran los hebreos, pero este hecho despertó un conflicto por parte de las
autoridades religiosas del judaísmo, quienes no aceptaban la prédica de los
apóstoles, es decir, la Buena Nueva de Jesucristo.
Al
igual que Cristo, por su prédica los apóstoles fueron humillados, azotados y
encarcelados, aunque apenas eran liberados, inmediatamente continuaban la
predicación del Evangelio. Debido a la prédica, la comunidad cristiana creció,
por lo que se hizo necesario que se eligieran diáconos entre los varones justos
y el primero de ellos fue Esteban, el cual, además de administrar los bienes
comunes –para eso había sido elegido-, se dedicaba también a predicar el
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y esto lo hizo con tanto ardor y pasión
que despertó el recelo entre los judíos, los cuales “se echaron sobre él, lo
prendieron y lo llevaron al Sanedrín. Después presentaron testigos falsos, que
dijeron: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el lugar santo y
contra la Ley; pues lo hemos oído decir que este Jesús, el Nazareno, destruirá
este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés”. Es decir,
apresaron a Esteban por el solo hecho de predicar el Evangelio y además
presentaron contra él testigos falsos, que tergiversaban la Verdad de lo que Esteban
predicaba.
Sin
embargo, como Dios no abandona a los que lo aman y dan testimonio de Él,
infundió en él su Santo Espíritu y es así como se lee en el capítulo 7 de Los
Hechos de los apóstoles que Esteban estaba “lleno de gracia y de fortaleza”, y
con la luz del Espíritu Santo, se defendió de sus adversarios con la luz de la
Verdad: resumió la historia hebrea desde Abrahán hasta Salomón, luego afirmó
que no había blasfemado contra Dios ni contra Moisés, ni contra la Ley o el
templo, demostrando que Dios se revela aun fuera del templo, y cuando estaba
por exponer la doctrina universal de Jesús como última manifestación de Dios, sus
adversarios no lo dejaron continuar el discurso, porque “lanzando grandes
gritos se taparon los oídos...y echándolo fuera de la ciudad, se pusieron a
apedrearlo”. Esteban, que así se convertía en el primer mártir cristiano, doblando
las rodillas bajo la lluvia de piedras, repitió las mismas palabras de perdón
que Cristo pronunció en la cruz: “Señor, no les imputes este pecado”. También
declaró que veía los cielos abiertos y al Señor Jesús sentado a la derecha del
Padre; dicho esto, cayó muerto debido a la lapidación que le propiciaron sus
enemigos.
Mensaje de santidad.
La vida y muerte de San Esteban nos demuestra, por un lado, que
es verdad lo que Jesús dijo, acerca de que sus discípulos serían encarcelados y
algunos asesinados; demuestra también que es cierto que no debían preparar su
discurso de defensa, pues el discurso de defensa de Esteban lo dio el Espíritu
Santo por él y de forma tan elocuente, que sus enemigos no tuvieron forma de
refutarlo. También nos demuestra que a quienes más ama, más los hace partícipes
Jesús de su Cruz: como a Él, Esteban fue apresado, humillado y calumniado; como
a Jesús, fue muerto injustamente por el solo hecho de revelar la Verdad del
plan salvífico de Dios manifestado en el misterio pascual de muerte y resurrección
de Cristo. Finalmente, como Jesús, Esteban imitó a su Señor al perdonar a sus
verdugos antes de morir. Como premio a su testimonio, Dios Trino le concedió,
instantes antes de morir, ver la gloria celestial que le tenía reservada apenas
concluyera su vida en la tierra. Otro mensaje de santidad que nos deja San Esteban
mártir es el perdón a los enemigos ya que, al igual que Jesús hizo en la Cruz,
pidió a Dios que no les tuviera en cuenta el crimen que estaban cometiendo.
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