San Expedito, que era pagano, recibió un día la gracia de la
conversión, mediante la cual Jesús se manifestaba a su alma como su Dios y su
Redentor. En el mismo momento en el que San Expedito recibía esta gracia, se le
apareció el Demonio, en forma de cuervo, para tentarlo e impedir así su
conversión. Es decir, en un mismo momento, el santo tenía ante sí dos opciones,
frente a las cuales debía elegir: Jesús, Dios y Salvador, que le ofrecía una
vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, los hijos de la
luz, y el Demonio, que le ofrecía continuar con su vida antigua, la vida de las
tinieblas, la vida de la oscuridad, la vida del pecado. Puesto que somos personas
y por lo tanto, seres libres y no autómatas sin capacidad de elección, se le
presentaba a San Expedito la posibilidad de elegir, ya sea a Dios Encarnado, o
al Demonio: o la vida de la gracia, o la vida del pecado. El santo, sin dudarlo
ni un instante, eligió a Jesucristo, al tiempo que aplastaba al Demonio que,
bajo la forma todavía de cuervo, se le había acercado demasiado cerca y se
encontraba al alcance de sus pies. La elección de San Expedito requería de
una luz y de una fuerza sobre-humanas,
sobre-naturales. ¿De dónde las obtuvo? Las obtuvo de la cruz de Jesús; de Jesús
en la cruz. Ante la opción de elegir entre Jesucristo y el Demonio, San
Expedito, aferrando la Santa Cruz del Salvador y elevándola a lo alto, recibió
de Jesús la sabiduría divina, la fuerza y el amor sobrenaturales necesarios
para convertir su corazón al Salvador, al tiempo que para rechazar al Tentador.
Elevando la cruz a lo alto, dijo: “Hodie”, es decir “Hoy”. Al igual que San
Expedito, también nosotros, abrazados a la Santa Cruz de Jesús, decimos: “¡Hoy!
¡Hoy elijo a Jesús como a mi Redentor! ¡Hoy dejo mi vida de paganismo, de
superstición, de pasiones sin el control de la razón y la gracia! ¡Hoy dejo de consultar el horóscopo, los
brujos, y de confiar en los fetiches! ¡Hoy elijo vivir la vida de la gracia, el
perdón cristiano, el amor a los enemigos, la misericordia, la oración, el Santo
Rosario, la Eucaristía cotidiana! ¡Hoy y no mañana!”.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".
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