San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 25 de abril de 2024

San Marcos, Evangelista

 




         Vida de santidad[1].

         Fue uno de los cuatro escritores de los Evangelios, quienes nos brindan un relato claro de la vida y enseñanza de Jesucristo. Conocemos a San Marcos, por lo tanto, principalmente a través de su autoría del segundo Evangelio, el Evangelio según San Marcos. De otra parte, de las Escrituras, también se sabe que acompañó a Pablo y Bernabé en sus viajes. Y por la Tradición, se sabe que fue el secretario de San Pedro y el fundador de la Iglesia en Alejandría, Egipto. La fiesta de San Marcos es el día de su muerte. El 25 de abril del año 68 d.C., fue arrastrado por las calles de Alejandría por su fe en Cristo, dejando sangre y carne en los adoquines. Durante todo el tiempo nunca dejó de alabar a Dios y darle gracias por sus sufrimientos.

         Mensaje de santidad[2].

Los investigadores coinciden en el hecho de que el Evangelio de San Marcos puede verse como un   desarrollo detallado de los discursos de San Pedro en los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 2, 22-26; 3, 12-26; 10, 36-43), por lo que puede considerarse como una prolongación y desarrollo de la predicación de San Pedro. Por esto es que San Marcos es llamado también el “portavoz de San Pedro” ya que San Pedro fue la fuente principal de San Marcos para la historia de la vida de Jesús. A su vez, San Pedro se refiere a él como “mi hijo Marcos” en su Primera Carta (cfr. 1 Pe 5,13). También, según la Tradición, es muy posible que San Pedro lo bautizara y que en realidad, además de “secretario” de San Pedro, San Marcos fuera también testigo presencial de al menos algunos de los acontecimientos de la vida de Jesús. Esto último se deduce porque sólo en el Evangelio de Marcos se encuentra el relato del joven que siguió a Jesús después de haber sido arrestado -que es el Evangelista San Juan- y cómo la sábana que cubría su cuerpo había sido dejada atrás cuando las autoridades querían apoderarse de él (cfr. Mc 14, 51-52). Si San Marcos no hubiera estado presente, este detalle no lo podría haber consignado.

Ahora bien, la característica principal de su Evangelio es que San Marcos pone énfasis en la condición divina de Jesucristo en cuanto Segunda Persona de la Trinidad. Esto último se puede constatar cuando, al inicio de su Evangelio, sus primeras palabas revelan firmemente la divinidad de Cristo, pues dice: “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). Esta declaración de que Jesús es el Hijo de Dios, es clave y de vital importancia para comprender todo el Evangelio de San Marcos, por la sencilla razón de que si no se cree que Jesús es el Mesías e Hijo de Dios -Hijo de Dios no en un sentido genérico, sino el Unigénito, la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, que procede del seno del Padre, que posee su mismo Acto de Ser divino trinitario y su misma naturaleza divina, por cuanto es Dios igual que el Padre, entonces nunca se podrá entender el Evangelio, no solo el de San Marcos, sino la totalidad del Evangelio.

Por esta razón, el Evangelio de San Marcos es esencial para comprender la verdad acerca de Jesucristo: su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. En otras palabras, solo si vemos a Jesús como lo describe San Marcos, como Persona divina en la que se unen las naturalezas divina y humana, sin mezcla ni confusión, es decir, solo si somos capaces de ver a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero Hombre, solo así podremos comprender el Evangelio. Por el contrario, si negamos, ya sea Su divinidad o Su humanidad, entonces caemos en un error cristológico que nos aparta completamente de la fe católica, como sucede con los protestantes y evangelistas, que consideran a Cristo solo como hombre, pero no como Dios.

Basándose en las mismas palabras de Jesús –“Si no me creen a Mí, crean a mis obras”-, son estas obras divinas, o mejor milagros -sumados a las enseñanzas y palabras sobrenaturales de Jesús registradas por San Marcos, las que autentifican el hecho mismo de Su filiación divina. Esta declaración de la condición divina de Jesús, que abre su Evangelio, también lo cierra, porque bajo la inspiración del Espíritu Santo, San Marcos, al final de su Evangelio, ofrece un resumen del Evangelio, en la declaración del centurión romano en el Calvario, proclamada inmediatamente después de que atravesara su Sagrado Corazón con la lanza y de que cayera en consecuencia sobre el centurión el Agua y la Sangre del Corazón de Jesús: “Y cuando el centurión, que estaba de pie frente a él, vio que exhalaba así su último aliento, dijo: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!” (Mc 15, 39).

Por último, esto que parecen disquisiciones teológicas, no lo son, porque reflejan la verdad última acerca de Jesús y, lo que es más importante, esta declaración de San Marcos sobre Jesús, se traslada a la doctrina eucarística de la Iglesia Católica, ya que lo mismo que San Marcos dice sobre la Jesús y su condición divina, lo podemos y debemos aplicar nosotros a la Eucaristía, porque la Eucaristía no es nada menos que el mismo Jesús Dios descrito por San Marcos, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Es decir, si todo el Evangelio no se entiende y no tiene sentido si no se proclama a Cristo como Dios, como lo hace San Marcos, tampoco la doctrina de la Eucaristía, que es el mismo Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía, se entiende ni tiene sentido. De ahí la necesidad imperiosa de no falsificar el Evangelio de San Marcos, desviando la atención o adulterando el mensaje central del Evangelio escrito por San Marcos: Cristo es Dios. Y por lo tanto, la Eucaristía es Dios.


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