Vida de
santidad[1].
Fue
uno de los cuatro escritores de los Evangelios, quienes nos brindan un relato
claro de la vida y enseñanza de Jesucristo. Conocemos a San Marcos, por lo
tanto, principalmente a través de su autoría del segundo Evangelio, el
Evangelio según San Marcos. De otra parte, de las Escrituras, también se sabe
que acompañó a Pablo y Bernabé en sus viajes. Y por la Tradición, se sabe que
fue el secretario de San Pedro y el fundador de la Iglesia en Alejandría,
Egipto. La fiesta de San Marcos es el día de su muerte. El 25 de abril del año
68 d.C., fue arrastrado por las calles de Alejandría por su fe en Cristo,
dejando sangre y carne en los adoquines. Durante todo el tiempo nunca dejó de
alabar a Dios y darle gracias por sus sufrimientos.
Mensaje
de santidad[2].
Los investigadores coinciden en el hecho de que el
Evangelio de San Marcos puede verse como un desarrollo detallado de los discursos de San
Pedro en los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 2, 22-26; 3, 12-26; 10,
36-43), por lo que puede considerarse como una prolongación y desarrollo de la
predicación de San Pedro. Por esto es que San Marcos es llamado también el
“portavoz de San Pedro” ya que San Pedro fue la fuente principal de San Marcos
para la historia de la vida de Jesús. A su vez, San Pedro se refiere a él como “mi
hijo Marcos” en su Primera Carta (cfr. 1 Pe 5,13). También, según la Tradición,
es muy posible que San Pedro lo bautizara y que en realidad, además de “secretario”
de San Pedro, San Marcos fuera también testigo presencial de al menos algunos
de los acontecimientos de la vida de Jesús. Esto último se deduce porque sólo
en el Evangelio de Marcos se encuentra el relato del joven que siguió a Jesús
después de haber sido arrestado -que es el Evangelista San Juan- y cómo la
sábana que cubría su cuerpo había sido dejada atrás cuando las autoridades
querían apoderarse de él (cfr. Mc 14, 51-52). Si San Marcos no hubiera
estado presente, este detalle no lo podría haber consignado.
Ahora
bien, la característica principal de su Evangelio es que San Marcos pone
énfasis en la condición divina de Jesucristo en cuanto Segunda Persona de la
Trinidad. Esto último se puede constatar cuando, al inicio de su Evangelio, sus
primeras palabas revelan firmemente la divinidad de Cristo, pues dice: “Principio
del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1). Esta declaración
de que Jesús es el Hijo de Dios, es clave y de vital importancia para
comprender todo el Evangelio de San Marcos, por la sencilla razón de que si no se
cree que Jesús es el Mesías e Hijo de Dios -Hijo de Dios no en un sentido
genérico, sino el Unigénito, la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, que
procede del seno del Padre, que posee su mismo Acto de Ser divino trinitario y
su misma naturaleza divina, por cuanto es Dios igual que el Padre, entonces
nunca se podrá entender el Evangelio, no solo el de San Marcos, sino la
totalidad del Evangelio.
Por
esta razón, el Evangelio de San Marcos es esencial para comprender la verdad
acerca de Jesucristo: su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, encarnada
en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. En otras palabras, solo si
vemos a Jesús como lo describe San Marcos, como Persona divina en la que se
unen las naturalezas divina y humana, sin mezcla ni confusión, es decir, solo
si somos capaces de ver a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero Hombre,
solo así podremos comprender el Evangelio. Por el contrario, si negamos, ya sea
Su divinidad o Su humanidad, entonces caemos en un error cristológico que nos
aparta completamente de la fe católica, como sucede con los protestantes y evangelistas,
que consideran a Cristo solo como hombre, pero no como Dios.
Basándose
en las mismas palabras de Jesús –“Si no me creen a Mí, crean a mis obras”-, son
estas obras divinas, o mejor milagros -sumados a las enseñanzas y palabras sobrenaturales
de Jesús registradas por San Marcos, las que autentifican el hecho mismo de Su
filiación divina. Esta declaración de la condición divina de Jesús, que abre su
Evangelio, también lo cierra, porque bajo la inspiración del Espíritu Santo,
San Marcos, al final de su Evangelio, ofrece un resumen del Evangelio, en la
declaración del centurión romano en el Calvario, proclamada inmediatamente
después de que atravesara su Sagrado Corazón con la lanza y de que cayera en consecuencia
sobre el centurión el Agua y la Sangre del Corazón de Jesús: “Y cuando el
centurión, que estaba de pie frente a él, vio que exhalaba así su último
aliento, dijo: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!” (Mc 15, 39).
Por
último, esto que parecen disquisiciones teológicas, no lo son, porque reflejan
la verdad última acerca de Jesús y, lo que es más importante, esta declaración
de San Marcos sobre Jesús, se traslada a la doctrina eucarística de la Iglesia
Católica, ya que lo mismo que
San Marcos dice sobre la Jesús y su condición divina, lo podemos y debemos
aplicar nosotros a la Eucaristía, porque la Eucaristía no es nada menos que el
mismo Jesús Dios descrito por San Marcos, que continúa y prolonga su Encarnación
en la Eucaristía. Es decir, si todo el Evangelio no se entiende y no tiene sentido
si no se proclama a Cristo como Dios, como lo hace San Marcos, tampoco la
doctrina de la Eucaristía, que es el mismo Cristo Dios Presente en Persona en
la Eucaristía, se entiende ni tiene sentido. De ahí la necesidad imperiosa de
no falsificar el Evangelio de San Marcos, desviando la atención o adulterando el
mensaje central del Evangelio escrito por San Marcos: Cristo es Dios. Y por lo tanto, la Eucaristía es Dios.
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