Cirilo, monje, es llamado también “Apóstol de los eslavos”.
Nació en Tesalónica y se destacó de joven en los estudios en Constantinopla,
para luego enseñar filosofía en esa ciudad. Evangelizó en Rusia con gran éxito.
En el 863, se dirigió con su hermano Metodio a evangelizar a Moravia en la
lengua nativa, desarrollando primero el alfabeto de la lengua eslava y
traduciendo después la liturgia a este lenguaje.
De
esta manera, entre los dos publicaron los textos litúrgicos en lengua eslava
escritos en caracteres “cirílicos”, como después se designaron en honor a San
Cirilo. Promovieron grandemente la cultura y la fe. Llamados a Roma, Cirilo
murió allí el 14 de febrero del año 869. Metodio, consagrado obispo, marchó a
Panonia, donde desarrolló una infatigable labor de evangelización. Tuvo que
sufrir mucho a causa de los envidiosos, pero contó siempre con el apoyo de los
papas. Evangelizó en Moravia, Bohemia,
Panonia y Polonia. Bautizó a San Ludmila y al duke Boriwoi. Fue arzobispo de
Vellehrad, Eslovaquia, donde fue apresado en el 870 por la oposición del clero
alemán. Algunos le acusaron de hereje, pero siempre fue liberado de cargos.
Tradujo la Biblia a la lengua eslava. Murió el 6 de abril del año 885 en la
ciudad eslovaca de Vellehrad.
Se
caracterizaba por su gran capacidad de trabajo y su incansable celo apostólico.
Días antes de morir, Cirilo se enfermó y en uno de sus días en el lecho de
enfermo tuvo una visión de Dios, en la que se le anticipaba su muerte y su
ingreso en el Reino de los cielos, por lo que cantó así: “Qué alegría cuando me
dijeron: “Vamos a la casa del Señor»; se regocijan mi corazón y mi espíritu”. Se
revistió con sus ornamentos y lleno de alegría, decía: “Desde ahora ya no soy
siervo ni del emperador ni de hombre alguno sobre la tierra, sino sólo de Dios
todopoderoso. Primero no existía, luego existí, y existiré para siempre. Amén”.
Decía: “Existiré para siempre porque sabía que luego de morir, habría de vivir
la vida eterna, la vida que es para siempre.
Cuando
llegó el momento de pasar “de esta vida a la otra”, elevando sus manos hacia
Dios, hizo esta plegaria, en la que nos deja parte de su profunda espiritualidad:
“Señor Dios mío, que creaste todas las jerarquías angélicas y las potestades
incorpóreas, desplegaste el cielo y afirmaste la tierra y trajiste todas las
cosas de la inexistencia a la existencia, que escuchas continuamente a los que
hacen tu voluntad, te temen y guardan tus preceptos: escucha mi oración y
guarda a tu fiel rebaño, que encomendaste a este tu siervo inepto e indigno”. Sabiéndose
próximo a la muerte, empieza comenzando por reconocer a Dios como Creador del
universo visible e invisible y luego le encomienda a aquellos que “hacen su
voluntad, lo temen y guardan sus preceptos”, es decir, los que cumplen la
voluntad de Dios, tienen temor de Dios y se preocupan por observar sus
Mandamientos.
Luego
continuó: “Líbralos de la impiedad y del paganismo de los que blasfeman contra
ti, acrecienta tu Iglesia y reúne a todos sus miembros en la unidad”. Es un
pedido de unidad para la Iglesia, pero una unidad dada por Dios quien es quien,
por su Misericordia, librará a los justos del supremo pecado que es la impiedad
y de la suprema idolatría que es el paganismo, que lleva al hombre a blasfemar
contra Dios. Cirilo le pide a Dios por todos ellos, para que se vean libres de
estos males espirituales.
Su
oración continúa de esta manera: “Haz que tu pueblo viva concorde en la
verdadera fe, e inspírale la palabra de tu doctrina, pues tuyo es el don que
nos diste para que predicáramos el Evangelio de tu Cristo, exhortándonos a
hacer buenas obras que fueran de tu agrado”. Se dirige a Dios pidiéndole que su
pueblo no se vuelva ni pagano ni idólatra, sino que, guiados por el Espíritu Santo,
vivan en la verdadera fe en Jesucristo, el Hombre-Dios, cuyo Evangelio todo
cristiano debe predicar, con santidad de vida. El paganismo y la idolatría son
pecados espirituales que apartan al alma de la verdadera y única fe, la fe
católica en Cristo Dios y es por eso que Cirilo pide a Dios por los fieles,
para que no caigan en esos errores.
Finaliza
su oración diciendo: “Te devuelvo como tuyos a los que me diste; dirígelos con
tu poderosa diestra y guárdalos bajo la sombra de tus alas, para que todos
alaben y glorifiquen el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.
Se dirige a Dios como sacerdote, como pastor de la grey que le ha sido
confiada, sabedor que no eran suyas las ovejas sino de Dios y es por eso que a
Él se las devuelve y se las devuelve no de cualquier manera, sino habiéndolas
custodiado del Lobo Infernal y luego de alimentarlas con el Pan de la Palabra
de Dios encarnada, la Sagrada Eucaristía. Le pide a Dios que no solo no los
abandone, sino que, conocedor de los peligros que encierra este destierro
terreno, le suplica que los dirija con su “poderosa diestra” y que los “guarde
bajo la sombra de sus alas, para que todos glorifiquen” a la Trinidad
Santísima, Único Dios Verdadero.
Experimentando
ya la cercanía de la muerte y su paso a la eternidad, dio a todos el ósculo
santo diciendo: “Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se
rompió, y escapamos”. Alaba a Dios, citando el salmo en el que Dios libra a los
suyos de las trampas que tiende el Lobo Infernal. Luego de recitar este salmo, a
la edad de cuarenta y dos años, murió a esta vida terrena para empezar a vivir
en la vida eterna.
Al
recordarlo en su día, obremos de manera tal de pertenecer a los justos por los
que San Cirilo rezaba.
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