San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 17 de octubre de 2015

Santa Margarita de Alacquoque y la gracia de la aparición del Sagrado Corazón de Jesús


         Santa Margarita María de Alacquoque recibió una de las gracias místicas más extraordinarias de la historia de la Iglesia: la aparición de Jesús como el Sagrado Corazón. Estas apariciones, extraordinarias, estaban destinadas a hacer conocer y difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, con el objeto de reparar por tantas ingratitudes, menosprecios e indiferencias –como el mismo Jesús le dijera a Santa Margarita- sufridas por Él de modo continuo, no sólo entre los paganos, sino principalmente, de parte de los cristianos. A través de esta devoción, Jesús nos hace ver cuánto nos ha amado y nos ama Él, al haber entregado su vida, por amor a nosotros, en la cruz, y cuánto es el olvido y el sacrilegio que los cristianos hacemos de su Corazón y de su Amor.
         Como decíamos, Santa Margarita recibió esta gracia, la de ser la destinataria de las apariciones de Jesús, que quería por medio suyo darse a conocer a la Iglesia universal bajo la maravillosa advocación del Sagrado Corazón. Fue el mismo Jesús quien la preparó para recibir esta gracia y lo hizo principalmente instruyéndola y haciéndola crecer en tres elementos clave de la vida espiritual: la conciencia delicada, la santa obediencia y el amor a la Santa Cruz. Con respecto a la conciencia, le decía Jesús: “Sabed que soy un Maestro santo, y enseño la santidad. Soy puro, y no puedo sufrir la más pequeña mancha. Por lo tanto, es preciso que andes en mi presencia con simplicidad de corazón en intención recta y pura. Pues no puedo sufrir el menor desvío, y te daré a conocer que si el exceso de mi amor me ha movido a ser tu Maestro para enseñarte y formarte en mi manera y según mis designios, no puedo soportar las almas tibias y cobardes, y que si soy manso para sufrir tus flaquezas, no seré menos severo y exacto en corregir tus infidelidades”[1]. La obediencia, a su vez, era la virtud más apreciada por Jesús: “Te engañas creyendo que puedes agradarme con esa clase de acciones y mortificaciones en las cuales la voluntad propia, hecha ya su elección, más bien que someterse, consigue doblegar la voluntad de las superioras. ¡Oh! yo rechazo todo eso como fruto corrompido por el propio querer, el cual en un alma religiosa me causa horror, y me gustaría mas verla gozando de todas sus pequeñas comodidades por obediencia, que martirizándose con austeridades y ayunos por voluntad propia”[2]. Por último, sin amor a la Santa Cruz, no hay santidad posible: “He ahí el lecho de mis castas esposas, donde te haré gustar las delicias de mi amor; poco a poco irán cayendo esas flores, y solo te quedarán las espinas, ocultas ahora a causa de tu flaqueza, las cuales te harán sentir tan vivamente sus punzadas, que tendrás necesidad de toda la fuerza de mi amor para soportar el sufrimiento”[3].
         Teniendo en cuenta que nosotros recibimos, en cada comunión eucarística, una gracia infinitamente más grande que la que recibió Santa Margarita, porque si bien a ella se le apareció como el Sagrado Corazón, no le dio sin embargo como Pan celestial su Sagrado Corazón Eucarístico, como sí lo hace con nosotros: ¿no deberíamos sentirnos avergonzados por nuestra falta de delicadeza en la conciencia, por nuestro amor propio y por nuestro rechazo de la cruz? Que Santa Margarita interceda para que luchemos contra nuestras faltas y crezcamos en las virtudes que más agradan al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para recibirlo en la Comunión con el Amor y la adoración que se merece.



[1] http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm
Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

jueves, 15 de octubre de 2015

Santa Teresa de Jesús


         En sus escritos, Santa Teresa nos enseña que, para que Dios nos revele sus misterios, hay una sola puerta y un solo y único camino y es la Humanidad santísima de Jesús: “(…) veo yo claro (…) que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima –la de Jesús-, en quien dijo Su Majestad se deleita” [1].
La Humanidad santísima de Jesús es la Puerta abierta para la revelación, de parte de Dios, de los grandes misterios de su insondable Amor: “He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros”. Es también lo que nos dice San Pablo: “Llevemos los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia; y está sentado a la diestra del trono de Dios”[2].
Entonces, la contemplación de la Humanidad santísima de Jesús es la Puerta celestial que se nos abre para para participar de la Sabiduría y del Amor divinos, para ser sus amigos, a quienes Dios revela sus “grandes secretos”: “Ya no os llamo siervos, sino amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 12-17). Quien quiera la amistad de Dios y de recibir de Él, en calidad de Amigo, “el misterio escondido por los siglos” (Col 1, 26), tiene que contemplar a la Humanidad santísima de Jesús. Ahora bien, esta Humanidad santísima se encuentra, para nosotros mortales, que peregrinamos hacia la Jerusalén celestial, en dos lugares: en la cruz y en la Eucaristía, y es ahí en donde debemos contemplarla y adorarla. En la cruz, la Puerta y el Camino que es la Humanidad de Jesús está crucificada, flagelada y desgarrada por heridas en la Pasión; en la Eucaristía, esta Humanidad Santísima está, gloriosa y resucitada, oculta en la apariencia de pan, la Eucaristía.
         Lo que lleva al alma a contemplar y adorar la Humanidad de Jesús, dice Santa Teresa, es el amor, pero no se trata de un amor meramente humano, sino de un amor que, puesto por Dios en el corazón como un sello, lleva a ver el Amor de Dios manifestado en Cristo, a la par que acrecienta el amor a Él, porque “amor saca amor”: “Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo”[3]. Es decir, desear contemplar y adorar a Cristo es ya signo de la Presencia del Divino Amor en el alma, que la ha sellado con su Fuego abrasador y acrecienta este fuego tanto más, cuanto más se contempla y adora.
         Y así, a quien contemple, adore y ame a Cristo Jesús, en la cruz y en la Eucaristía, le parecerá esta vida terrena una muerte, según lo que dice también Santa Teresa, porque aunque esté vivo en esta vida, morirá de ansias por morir, para nacer a la vida eterna, que es la vida que da Jesús, Puerta y Camino Único y Verdadero: “Sácame de esta muerte,/mi Dios, y dame la vida,/no me tengas impedida/en este lazo tan fuerte;/mira que muero por verte,/y vivir sin ti no puedo,/que muero porque no muero”[4].



[1] De las Obras de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, Libro de su vida, cap. 22, 6-7. 12. 14.
[2] Hb 12, 1b-2.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Santa Teresa, Himno: Vivo sin vivir en mí.

jueves, 1 de octubre de 2015

Santa Teresita del Niño Jesús y su misión en la Iglesia


         Santa Teresita del Niño Jesús y su misión en la Iglesia
         Luego de reflexionar acerca de su misión en la Iglesia, y habiendo deseado en un primer momento ser enviada como misionera a tierras lejanas, Santa Teresita dijo: “En el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”[1]. Esto, que puede parecer una frase sentimentalista, es sin embargo una profunda reflexión, que alcanza las más altas cumbres místicas. Analicemos la frase de Santa Teresita.
         “En el corazón de la Iglesia”: ¿Cuál es el “corazón de la Iglesia”? El corazón de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesús, es la Eucaristía, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, así como su Sagrado Corazón es el corazón de su Cuerpo real. El “corazón de la Iglesia” es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que late con el impulso del Espíritu Santo y arde en las llamas del Divino Amor, y se dona a las almas en cada Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, así como se donó en el Santo Sacrificio de la Cruz. Santa Teresita había descubierto que su misión en la Iglesia, era una misión eucarística, porque su misión estaba en el corazón de la Iglesia, que es la Eucaristía.
         “Yo seré”: Santa Teresita dice: “En el corazón de la Iglesia, “yo seré” el Amor”. Santa Teresita no dice: “Siento que voy a ser el amor” y esto porque no se refiere a un sentimiento pasajero, como un afecto sensible que pasa y se va; no es un deseo veleidoso, inconstante, que aparece y desaparece. Santa Teresita Utiliza el verbo “ser”, con lo cual está indicando el compromiso de toda su persona, de todo lo que es, ontológicamente hablando, y de todo lo que tiene. Al utilizar el verbo “ser”, está indicando que en la misión en el corazón de la Iglesia está implicada ella misma con todo su ser metafísico, con todo su acto de ser, es decir, toda ella, con lo que es y con lo que tiene; está implicada en la totalidad de su persona y esto quiere decir que se dona a ese “corazón de la Iglesia”, es decir, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, a sí misma, con su historia de vida, con su actualidad como religiosa y con su futuro como alma bienaventurada. Al decir: “seré”, significa que se entrega toda a sí misma al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, sin reservarse nada para sí. El “ser” implica la donación total y absoluta de todo sí misma a Jesús Eucaristía, Corazón de la Iglesia.
         “El Amor”: Santa Teresita dice: “en el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”. No está hablando de un amor meramente humano, de un amor pasajero, de un amor que se deja llevar por las apariencias, como es el amor humano. Está hablando del Amor de Dios; de Dios, que “es Amor” (cfr. 1 Jn 4, 8); está hablando del Amor que envuelve con sus llamas y aparece como lenguas de fuego en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Santa Teresita quiere ser el Amor; no parecer ni sentir, sino ser el Amor. ¿De qué manera? Uniéndose, en el Amor, a Jesús, que se le dona todo a sí mismo en la Eucaristía, sin reservas, permitiendo que Jesús la abrace con sus llamas de Amor, dejando que su alma se incendie en el Fuego del Divino Amor, haciendo así realidad el sueño de Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49).
“En el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”. La misión de Santa Teresita es la misión de todo cristiano; cumplir o no esa misión depende de la medida en que cada uno desea fusionarse con el Amor de Dios que envuelve al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.



[1] Manuscrits autobiographiques, Lisieux 1957, 227-229.