Santa Margarita María de Alacquoque recibió una de las
gracias místicas más extraordinarias de la historia de la Iglesia: la aparición
de Jesús como el Sagrado Corazón. Estas apariciones, extraordinarias, estaban
destinadas a hacer conocer y difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús,
con el objeto de reparar por tantas ingratitudes, menosprecios e indiferencias –como
el mismo Jesús le dijera a Santa Margarita- sufridas por Él de modo continuo,
no sólo entre los paganos, sino principalmente, de parte de los cristianos. A través
de esta devoción, Jesús nos hace ver cuánto nos ha amado y nos ama Él, al haber
entregado su vida, por amor a nosotros, en la cruz, y cuánto es el olvido y el
sacrilegio que los cristianos hacemos de su Corazón y de su Amor.
Como decíamos, Santa Margarita recibió esta gracia, la de
ser la destinataria de las apariciones de Jesús, que quería por medio suyo darse
a conocer a la Iglesia universal bajo la maravillosa advocación del Sagrado
Corazón. Fue el mismo Jesús quien la preparó para recibir esta gracia y lo hizo
principalmente instruyéndola y haciéndola crecer en tres elementos clave de la
vida espiritual: la conciencia delicada, la santa obediencia y el amor a la
Santa Cruz. Con respecto a la conciencia, le decía Jesús: “Sabed que soy un
Maestro santo, y enseño la santidad. Soy puro, y no puedo sufrir la más pequeña
mancha. Por lo tanto, es preciso que andes en mi presencia con simplicidad de
corazón en intención recta y pura. Pues no puedo sufrir el menor desvío, y te
daré a conocer que si el exceso de mi amor me ha movido a ser tu Maestro para
enseñarte y formarte en mi manera y según mis designios, no puedo soportar las
almas tibias y cobardes, y que si soy manso para sufrir tus flaquezas, no seré
menos severo y exacto en corregir tus infidelidades”[1]. La
obediencia, a su vez, era la virtud más apreciada por Jesús: “Te engañas
creyendo que puedes agradarme con esa clase de acciones y mortificaciones en
las cuales la voluntad propia, hecha ya su elección, más bien que someterse,
consigue doblegar la voluntad de las superioras. ¡Oh! yo rechazo todo eso como
fruto corrompido por el propio querer, el cual en un alma religiosa me causa
horror, y me gustaría mas verla gozando de todas sus pequeñas comodidades por
obediencia, que martirizándose con austeridades y ayunos por voluntad propia”[2]. Por
último, sin amor a la Santa Cruz, no hay santidad posible: “He ahí el lecho de
mis castas esposas, donde te haré gustar las delicias de mi amor; poco a poco
irán cayendo esas flores, y solo te quedarán las espinas, ocultas ahora a causa
de tu flaqueza, las cuales te harán sentir tan vivamente sus punzadas, que
tendrás necesidad de toda la fuerza de mi amor para soportar el sufrimiento”[3].
Teniendo en cuenta que nosotros recibimos, en cada comunión
eucarística, una gracia infinitamente más grande que la que recibió Santa
Margarita, porque si bien a ella se le apareció como el Sagrado Corazón, no le
dio sin embargo como Pan celestial su Sagrado Corazón Eucarístico, como sí lo
hace con nosotros: ¿no deberíamos sentirnos avergonzados por nuestra falta de
delicadeza en la conciencia, por nuestro amor propio y por nuestro rechazo de
la cruz? Que Santa Margarita interceda para que luchemos contra nuestras faltas
y crezcamos en las virtudes que más agradan al Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús, para recibirlo en la Comunión con el Amor y la adoración que se merece.