San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 11 de octubre de 2010

Santa Hildegarda de Bingen y la Santa Misa


Con mucha frecuencia, limitamos la realidad a lo que vemos con los ojos del cuerpo, y a lo que podemos entender con la razón. No está mal analizar la realidad a partir de los datos sensibles, usando la razón, pero limitarse a los sentidos y a la razón es limitar y cercenar la realidad natural, que está penetrada por lo sobrenatural. Teniendo en cuenta esto, nos podemos preguntar: ¿qué sucede en la Santa Misa? Lo que vemos con los ojos del cuerpo, y lo que entendemos con la razón, ¿es toda la realidad? ¿O es que hay algo más que escapa a la percepción sensorial y racional? La doctrina de la Iglesia sostiene que la Santa Misa es un “misterio” sobrenatural, y que este misterio, que es sólo perceptible por la luz de la fe, consiste en la representación sacramental del sacrificio del Calvario, y en la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Jesús. Lo que sostiene la Iglesia con su Magisterio, lo confirman los santos.

Dice Santa Hildegarda de Bingen[1], mística del siglo XIII: “Y después de esto vi que, mientras el Hijo de Dios pendía en la cruz (…) vi como un altar (…) Entonces, al acercarse al altar un sacerdote revestido con los ornamentos sagrados para celebrar los divinos misterios, vi que súbitamente una luz grande y clara que venía del cielo acompañada de la reverencia de los ángeles envolvió con su fulgor todo el altar, y permaneció allí hasta que el sacerdote se retiró del altar, después de la finalización del misterio. Pero también allí, una vez leído el Evangelio de la paz y depositada sobre el altar la ofrenda que debía ser consagrada, cuando el sacerdote hubo entonado la alabanza de Dios todopoderoso –que es el ‘Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos’– para comenzar así la celebración de los misterios, repentinamente un relámpago de fuego de inconmensurable claridad descendió del cielo abierto sobre la ofrenda misma, y la inundó toda con su luz, tal como el sol ilumina aquello que traspasa con sus rayos. Y mientras la iluminaba de este modo, la elevó invisiblemente hacia los [lugares] secretos del cielo y nuevamente la bajó poniéndola sobre el altar, como el hombre atrae el aire hacia su interior y luego lo arroja fuera de sí: así la ofrenda fue transformada en verdadera carne y verdadera sangre, aunque a la mirada humana apareciera como pan y como vino. Mientras yo veía estas cosas, repentinamente aparecieron, como en un espejo, las imágenes de la Natividad, la Pasión y la Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de nuestro Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo de Dios estaba en el mundo. Pero, mientras el sacerdote entonaba el cántico del Cordero Inocente –que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo– y se presentaba para recibir la Santa Comunión, el relámpago de fuego antes mencionado se retiró hacia los cielos; y tan pronto como el cielo se cerró oí una voz que desde el cielo decía: ‘Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo para borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en la justa herencia’”.

No limitemos el campo de la realidad al estrecho límite de nuestros sentidos y de nuestra razón. No racionalicemos los misterios sobrenaturales de la Santa Misa.


[1] Hildegardis Scivias II, 6-1. Ed. Adelgundis Führkötter O.S.B. collab. Angela Carlevaris O.S.B.. In: Corpus Christianorum Continuatio Mediaevalis. Vol. 43-43a. Turnhout: Brepols, 1978

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