San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 28 de junio de 2025

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 



(Ciclo C – 2025)

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se inicia, según algunos, en el día del Viernes Santo, cuando del Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por la lanza, brotó Sangre y Agua, que luego se derraman sobre las almas a través de los sacramentos[1]. Pero también podríamos decir que la devoción al Corazón de Jesús comienza en el momento mismo de la Encarnación, porque es ahí en donde el Corazón de Dios Uno y Trino se une al Corazón humano de Jesús de Nazareth, aunque en ese momento estaba todavía en estado incluso pre-embrional, ya que en el momento de la Encarnación del Verbo, Jesús era solo una célula humana, sin los órganos embrionarios desarrollados, como sucede con todo embrión humano.

Entonces, después de la Encarnación y de la Pasión, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús continuó, sobre todo entre los Padres de la Iglesia, como San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín: estos Santos Padres demostraban su amor por el Sagrado Corazón haciendo mención en sus textos a la Sagrada Llaga del costado de Jesús y a la Sangre y Agua que brotaron de su corazón. Más tarde, y en continuidad con la devoción y el amor de los Padres de la Iglesia al Sagrado Corazón de Jesús, una gran cantidad de santos honraban con amor y devoción al Corazón de Jesús y a las Santas Llagas de Cristo, como por ejemplo, San Buenaventura, San Bernardo de Claraval, Santa Clara, Santa Gertrudis, Beato Enrique Suso, San Francisco de Sales, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila y San Pedro Canisio. Esta devoción estaba, sin embargo, limitada a la devoción personal, privada; la difusión y la propagación pública del culto al Corazón de Jesús se origina con las apariciones y revelaciones místicas del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque. La propagación pública y universal a la devoción al Corazón de Jesús se acentúa luego con una de las más importantes apariciones de la Virgen, las apariciones de Fátima, en año 1917: en esas apariciones, tanto el Ángel de Portugal, como la Santísima Virgen María en persona, les enseñaron a los Beatos Pastorcitos a rezar y responder a los designios de los Corazones de Jesús y María. Algo que debemos tener en cuenta es que en la historia al Sagrado Corazón no solo es importante la consideración hacia atrás, en el tiempo, es decir, las consideraciones sobre su origen, sino ante todo cómo es la devoción hacia el futuro, hacia adelante, cada día de la vida de la Iglesia y de los bautizados, porque la devoción, el amor y la adoración al Sagrado Corazón de Jesús continuará por toda la eternidad, con la Iglesia, Esposa Mística del Cordero, adorándolo por los siglos sin fin.

  De entre todas las apariciones y devociones, son las apariciones a Santa Margarita María Alacoque de la Orden de la Visitación de Santa María, las que más contribuyeron a que esta devoción sea universal en la Iglesia Católica. Es el mismo Jesús en Persona quien le reveló que quienes oraran con devoción al Sagrado Corazón, recibirían gracias y favores divinos. Entre otras cosas, Jesús le pide que lo consuele en el dolor que le causan las almas ingratas. En la Primera revelación, el 27 de diciembre de 1673, Jesús le pide la Comunión de los primeros viernes; en la Segunda revelación, en 1674, le pide que se honre su Corazón de carne y promete a los que le honren gracias muy especiales; en la Tercera revelación, en 1674, Jesús le confiesa: “Tengo sed, una sed ardiente de ser amado de los hombres en el Sacramento del Amor…” y este “Sacramento del Amor” no es otro que la Sagrada Eucaristía, en donde el Corazón del Hombre-Dios Jesucristo está vivo, resucitado, glorioso, lleno del Amor de Dios. Posteriormente, en el año 1675 le pide que se establezca la Fiesta a su Corazón, honrándolo con la Comunión y consagración a Él.

Además de estas revelaciones, el Sagrado Corazón de Jesús promete Doce inmensas gracias para quienes lo honren y lo adoren. Estas Doce promesas son: “1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado. 2. Daré la paz a las familias. 3. Las consolaré en todas sus aflicciones 4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte. 5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas. 6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia. 7. Las almas tibias se harán fervorosas. 8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección. 9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada. 10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos. 11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él. 12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el Amor omnipotente de mi corazón les concederá la gracia de la perseverancia final”.

Ahora bien, para poder recibir estas promesas del Sagrado Corazón, hay que tener disposiciones espirituales, como por ejemplo: recibir sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes consecutivos;  tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final; ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento. Además de todo esto, podemos honrar todos los días al Sagrado Corazón, de dos maneras distintas: una, es usando el “Detente”[2] -se le conoce también como el “Pequeño Escapulario del Sagrado Corazón”, aunque no es, en el sentido lingüístico un escapulario- que es un emblema o símbolo que usualmente se lleva sobre el pecho, con la imagen del Sagrado Corazón: el significado es que es propio de quien ama llevar consigo un signo de su amado y en este caso, el Detente es un signo visible de nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús y de la infinita confianza en su protección contra las acechanzas del maligno. Le decimos “detente”, en nombre de Jesús, al demonio y a toda maldad. El origen del Detente se encuentra en las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque, en una carta dirigida por ella a la Madre Saumaise el 2 de marzo de 1686 en la que le dice: “Él (Jesús) desea que usted mande a hacer unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas.”

         La otra forma de honrar y adorar al Sagrado Corazón es el llevarlo, no solo en una imagen, sino en el corazón, literalmente, y eso podemos hacerlo si lo recibimos en Persona, en la Sagrada Eucaristía, por supuesto que siempre en estado de gracia santificante. El cristiano debe considerar que Jesús entrega su Corazón, ardiente en el Fuego del Divino Amor, en cada Eucaristía y por esto mismo, el católico debe vivir cada Misa como si fuera la última vez que asiste a Misa; debe hacer cada adoración como si fuera la última vez que hace adoración eucaristía; debe comulgar con el todo el ardor del amor, con toda la fe y la piedad de la que es posible, cada vez, como si fuera la última vez que comulga, porque es el modo de corresponder la entrega que hace Jesús en cada Santa Misa, en cada Adoración Eucarística, en cada Comunión sacramental, de su Sagrado Corazón Eucarístico.

Es verdad que la Comunión de los primeros viernes de mes es el modo en el que Jesús nos pide que honremos a su Sagrado Corazón, pero también tenemos otro modo y es el momento de la comunión eucarística; la Comunión Eucarística es un momento privilegiado para adorar y para orar al Sagrado Corazón, y si bien la oración es individual y personal, una oración al momento de comulgar, en la intimidad del diálogo de amor entre el alma y Jesús, podría ser esta: “Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que por amor has venido hasta mí, te suplico, por los dolores de tu Pasión, que me des la Cruz que está en la base de tu Sagrado Corazón; que me des la corona de espinas que rodean tu Sacratísimo Corazón, que me hagas beber del cáliz de tus amarguras contenido en tu Sacratísimo Corazón, que me hagas sentir las mismas penas que inundan, como mares impetuosos, tu Sacratísimo Corazón; que me des también el Amor que envuelve tu Sacratísimo Corazón en forma de llamas de fuego; haz que esas llamas, junto con las espinas que rodean tu Corazón y junto con la Sangre contenida en tu Corazón, envuelvan, perforen, e inunden, con la Fuerza impetuosa del Amor Divino, “más fuerte que la muerte”, nuestros pobres corazones, duros, fríos, sin amor, y los corazones de nuestros seres queridos, y los corazones de todos los pecadores, para que encendidos por las llamas del Espíritu Santo, perforada la dureza pétrea de los corazones pecadores con las espinas que rodean tu Corazón, e inundados con la Sangre contenida en tu Corazón, Sangre que a su vez contiene al Amor Divino, nos convirtamos todos, del pecado a tu Amor, y así ablandados los corazones por la contrición perfecta y convertidos de corazones de piedra en corazones de carne, llenos del Espíritu Santo, seamos movidos a hacer penitencia y a descargar nuestros delitos en el sacramento de la penitencia, para así recibir nuevas y nuevas oleadas de gracia y Amor que provienen de Ti. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, nada soy más pecado, porque solo soy un abismo de miseria y de indignidad, pero en mi nada y en mi condición de pecador, y desde el fondo de miseria de mi alma, tengo algo para ofrecerte, y ese algo es la Eucaristía, que es tu mismo Corazón traspasado; acéptalo, y por la Cruz que está en su base, que representa los dolores acerbos de tu Pasión; por la corona de espinas que rodean tu Corazón, espinas que son la materialización de nuestros malos pensamientos y deseos; por el Fuego que envuelve tu Corazón, Fuego que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo; por la llaga que abrió la lanza del soldado, permitiendo que por la herida de tu Corazón fluyera tu Sangre y, con tu Sangre, el Amor de Dios,  y por la Eucaristía, que contiene todo esto que te ofrezco, te suplico, te suplico, oh Sagrado Corazón, la conversión de los pobres pecadores!”.

 



[1] https://www.uco.edu.co/seguimosconectados/SiteAssets/MODULO-II.pdf

[2] https://www.youtube.com/watch?v=5PwS6lUsXXk; cfr. Vida y Obras, vol. II, p.306, nota. INDULGENCIA El Papa Pío IX le concedió en el año 1872, una indulgencia de 100 días una vez al día a todos los fieles que usaran alrededor de sus cuellos este emblema piadoso y rezaran un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. (Preces et pia opera, n. 219).


viernes, 23 de mayo de 2025

San Eugenio Mazenoud

 



         Vida de santidad.

         Carlos José Eugenio de Mazenoud nació en Marsella, Francia, el 1 de agosto de 1782 y falleció en el año 1861. Fue beatificado el 19 de octubre de 1975 por el Papa Pablo VI y fue canonizado el 3 de diciembre de 1995 por S.S. Juan Pablo II. Su padre ocupaba un importante cargo político por lo que la familia gozaba de una posición acomodada. El pequeño Eugenio poseía un temperamento autoritario e irascible; pero también una gran nobleza de corazón: en una ocasión, movido por la compasión, cambió sus ropas con las de un niño carbonero. En 1794, la familia tuvo que abandonar el país por razones políticas estableciéndose en Venecia; allí quedó a cargo de un sacerdote, el P. Bartolo Zaneli y gracias a esta amistad, Eugenio pudo discernir su vocación sacerdotal, la cual concretó el 12 de octubre de 1808 al ingresar al seminario de san Sulpicio, ordenándose luego sacerdote e iniciando su ministerio sacerdotal en octubre de 1812.

Desde un comienzo, se dedicó a los pobres, pero no principalmente a los pobres materiales, sino a los pobres de espíritu, aquellos que no conocen, que no aman, que no adoran al Hombre-Dios Jesucristo. Estos son los verdaderos pobres del Evangelio, y por esta razón San Eugenio dedicó su vida no a tomar medidas económicas o políticas para reducir la pobreza material, sino que se dedicó a predicar el Evangelio para combatir la peor pobreza, la pobreza de conocer, no amar y no adorar al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. A causa de la revolución de los ateos, que desde el poder se dedicaron a combatir a la Iglesia y a Dios, para sacarlo no solo de la vida pública, sino de la mente y del corazón del hombre, se había producido un gran empobrecimiento espiritual de la población. Como parte de su estrategia para difundir el Evangelio, fundó una asociación de sacerdotes seculares, llamada “Congregación de los Oblatos de María Inmaculada”, los cuales se dedicaban a catequizar a la población, sacándola del ateísmo, del materialismo, de la ignorancia acerca de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y de la ignorancia del valor de los Santos Sacramentos de la Iglesia Católica.

Para combatir esta pobreza espiritual, San Eugenio funda la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada, cuyo lema y carisma es combatir la pobreza espiritual, según se lee en el escudo de los oblatos: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres, los pobres son evangelizados”; este lema y carisma están basados en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Bienaventurados los pobres de espíritu”. Tras haber experimentado el Amor de Cristo Salvador en la Cruz, se sintió llamado a una vocación singular y así lo transmitió a sus primeros compañeros, “llamados a ser los cooperadores de Cristo Salvador”.

San Eugenio es luego nombrado Obispo de Marsella, tomando posesión de su diócesis el 24 de diciembre de 1837, lo cual le permitió evangelizar a dicha ciudad con el espíritu de su congregación. Además de predicar y de explicar el Credo, la Santa Misa y el Evangelio, San Eugenio se dedicó a luchar incansablemente por la libertad de enseñanza hasta lograr, con la promulgación de la ley Falloux, el derecho a la clase de religión. Este derecho había sido injustamente abolido por la revolución francesa, anticristiana, atea y materialista. Como obispo, creó veintidós nuevas parroquias, edificó numerosas iglesias —entre ellas la misma catedral— y además se establecieron treinta y un congregaciones religiosas en su diócesis. Monseñor Masenoud falleció el 21 de mayo de 1861, a la edad de 79 años.

         Mensaje de santidad.

Como hemos visto, San Eugenio se dedicó a combatir la pobreza, pero no la pobreza material, sino la espiritual, porque como dijimos, el pobre de espíritu es aquel que no conoce ni ama ni adora al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Es un grave error creer que en el Evangelio Jesús se refiere a la pobreza material: Jesús hace referencia a la pobreza espiritual, aquella que tiene dos vertientes: el pobre espiritual que carece de toda riqueza espiritual, el mencionado en el Apocalipsis –“Crees que eres rico, pero eres pobre”-, porque no conoce, ni ama ni adora a Nuestro Señor Jesucristo; mientras que la otra vertiente u otra clase de pobreza espiritual, es aquella en la que el alma es consciente de que no posee la verdadera riqueza, que es la gracia santificante y la Eucaristía y se dedica de lleno a conseguirlas. Entonces, si pobreza es carencia de bienes, el ateo o el que cree en una falsa religión -cualquiera que no sea la católica- es pobre y el más pobre de todos, porque carece de la verdadera riqueza que es la fe y la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el pobre es también el que está necesitado y en ese sentido, el pobre de espíritu es aquel que está necesitado de Dios; es aquel que sabe que Dios es la verdadera riqueza, que su gracia santificante y la Eucaristía valen más que montañas de oro y plata -es la parábola del tesoro escondido, ya que el tesoro escondido es la gracia y la Eucaristía- y por eso se dedica con todas sus fuerzas a adquirir, preservar y acrecentar la gracia, para recibir la Eucaristía con un corazón en gracia. A estas dos clases de pobreza espiritual, es a las que San Eugenio Mazenoud se dedicó a combatir; ése es el trabajo de la Iglesia Católica, sacar de la pobreza espiritual a las almas, dándoles el conocimiento o catequesis de Nuestro Señor Jesucristo y dándoles el Pan de Vida eterna, alimentando sus almas con la gracia de los sacramentos y con la substancia divina del Hombre-Dios Jesús de Nazareth, Presente en persona en la Eucaristía. La visión contraria y opuesta al Evangelio es la del socialismo y la del comunismo, ideologías materialistas y ateas que consideran que la única pobreza del hombre y la más importante, es la pobreza material; por eso estas ideologías se oponen al Evangelio y a la misión evangelizadora de la Iglesia, porque creen que solo existen pobres materiales. Pero esto es un gran error, porque el hombre es cuerpo y alma unidos indisolublemente; por eso es que se puede ser pobre materialmente, pero rico espiritualmente, si es que se tiene fe y se vive en gracia, porque esa es la verdadera riqueza espiritual; pero también se puede ser rico materialmente, pero pobre espiritualmente, cuando no se conoce ni ama ni adora al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Es por esto que la Iglesia condena al socialismo y al comunismo y a todas las ideologías y partidos políticos que promuevan al socialismo y al comunismo.

Finalmente, podemos decir que el mensaje de santidad de San Eugenio Mazenoud consiste en poner por obra el Sermón de la Montaña de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual llama “pobres” a los pobres de espíritu, no a los pobres materiales. Por esto es que conviene tener en cuenta quiénes son los verdaderos pobres, para entender a fondo la obra y el mensaje de santidad de San Eugenio Mazenoud.

En el Sermón de la Montaña o Sermón de las Bienaventuranzas, Jesús dice así: “Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!” (Lc 6, 20-26). En este Sermón, Jesús llama “felices” a los pobres, mientras que a los ricos les dedica un lamento, un “ay”; esto nos hace ver que Jesús, que es Dios, ve las cosas de un modo distinto a como las ve el mundo. Para el mundo, son felices los ricos, materialmente hablando, mientras que son “infelices” o faltos de felicidad, los pobres materialmente hablando. Para Jesús, la felicidad no consiste en tener muchas riquezas materiales, sino en ser “pobre de espíritu”, es decir, tener necesidad de la gracia de los sacramentos y sobre todo tener necesidad de la Eucaristía. Cuando se ven las cosas como las ve Jesús, se comprende porqué la riqueza material, con un corazón egoísta, es causa de lamento para Jesús y esto es porque la riqueza material hace olvidar a la vida eterna; por otro lado, la pobreza espiritual y no tanto la material, es la que hace verdaderamente feliz al alma, y esto porque el pobre espiritual tiene necesidad de la gracia y de Jesús Eucaristía. Además, el pobre espiritual vive, además de la verdadera pobreza espiritual, la verdadera pobreza material, que es la Pobreza de la Cruz: en la Cruz, Jesús nos da ejemplo de verdadera pobreza, tanto espiritual como material: nos da ejemplo de pobreza espiritual, porque por amor a su Padre es que lleva a cabo el Santo Sacrificio del Calvario, al tiempo que demuestra estar necesitando a Dios cuando lo llama antes de morir: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”; nos da ejemplo de verdadera pobreza material, porque en la cruz Jesús tiene solo los bienes materiales necesarios para llegar al Cielo y esos bienes no son suyos, sino que han sido prestados por Dios: en la Cruz, Jesús Pobre solo posee el leño de la Cruz, el cartel o letrero que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, los tres clavos de hierro que atraviesan sus manos y pies, la corona de espinas, que indica que Él es el Rey de los hombres y de los ángeles y por último, el velo que cubre su Humanidad Santísima, prestado por su Madre, la Virgen.

Dice Jesús en el Evangelio: “Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!”. Estas Bienaventuranzas y “ayes” podrían resumirse así: “¡Bienaventurados, felices, los que cargan la Cruz todos los días, y siguen al Cordero camino del Calvario; Bienaventurados, felices, los que se alimentan en gracia del Pan de Vida Eterna, la Sagrada Eucaristía; desgraciados, desdichados, infelices, los que rechazan la Cruz y se abandonan a los placeres del mundo!”.

         Que San Eugenio Mazenoud interceda por nosotros ante la Trinidad, para que deseemos vivir la verdadera pobreza de espíritu, la de sentirnos carentes de la gracia y de la Eucaristía, para que seamos enriquecidos por la Santa Iglesia Católica con la verdadera riqueza, la riqueza de los sacramentos que nos dan la gracia y sobre todo la Sagrada Eucaristía, que nos concede el Tesoro Escondido del Padre, la Gracia Increada en Sí Misma, el Hombre-Dios Jesucristo.