San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 29 de mayo de 2021

San Carlos Lwanga y compañeros, mártires

 



         Vida de santidad[1].

         Carlos Lwanga nació en Uganda y se convirtió al cristianismo gracias a la actividad misionera y apostólica de los Misioneros de África, conocidos también como los “Padres Blancos”. Los primeros conversos, que datan del siglo XIX, pronto comenzaron a su vez una tarea evangelizadora, con lo que comenzó a florecer una gran comunidad cristiana. Sucedió que, ya convertido al cristianismo, Carlos Lwanga se desempeñaba como ayudante del rey local Mwanga, quien era homosexual. Este rey mandó asesinar al antecesor de Lwanga en el cargo, un protestante llamado José Mukasa, quien murió al oponerse a las tendencias homosexuales del rey y llamarlo a la conversión. Fue en mayo de 1886 cuando el rey se dio cuenta que Carlos Lwanga estaba evangelizando y convirtiendo al cristianismo a los miembros de la corte real, porque los jóvenes se negaban a satisfacer sus pasiones desenfrenadas. Es por esto que mandó llamar a sus verdugos y ordenó separar a los cristianos de los paganos, diciendo: “Aquellos que no rezan párense junto a mí, los que rezan párense allá”.  El preguntó a los quince niños y jóvenes, todos menores de veinticinco años, si eran cristianos y tenían la intención de seguir siendo cristianos. Ellos respondieron “Sí” con fuerza y valentía, por lo que el rey Mwanga los condenó inmediatamente a la muerte.

El rey mandó que al grupo lo llevasen a matar a Namugongo, localidad distante a unos quince kilómetros de allí. Los prisioneros atados pasaron la casa de los Padres Blancos en su camino y el Padre Lourdel más tarde relató cómo los jóvenes iban animados y sonrientes, dándose ánimos unos a otros, a pesar de saber que iban a una muerte segura. Un soldado cristiano llamado Santiago Buzabaliawo fue llevado ante el rey. Cuando Mwanga ordenó que lo matasen junto a los otros, Santiago dijo: “Entonces, adiós. Voy al cielo y rezaré a Dios por ti”. Cuando el Padre Lourdel, lleno de dolor, levantó su brazo para absolver a Santiago que pasaba ante él, Santiago levantó sus propias manos atadas y apuntó hacia arriba para manifestar que él sabía que iba al cielo y se encontraría allí con el Padre Lourdel. Con una sonrisa le dijo al P. Lourdel: “¿Por qué estás triste? Esto no es nada ante los gozos que tú nos has enseñado a esperar”.

Cuando la caravana de reos y verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes fueron encerrados por siente días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron en esteras de cañas y los pusieron en una pira. Mbaga fue martirizado el primero. Su padre, el jefe de los verdugos, había tratado en vano una última vez de convencerlo a desistir de su fe. Le dieron entonces un golpe en la cabeza para que no sufriera al ser quemado su cuerpo. El resto de los cristianos fueron quemados. Carlos Lwanga tenía 21 años. Uno de los ayudantes del palacio, Mukasa Kiriwanu no había sido aún bautizado pero se unió a sus compañeros cuando se les preguntó si eran cristianos. Recibió aquel día el bautismo de sangre. Murieron trece católicos y once protestantes proclamando el nombre de Jesús y diciendo: “Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras almas”.

         Mensaje de santidad.

         San Carlos Lwanga y sus compañeros mártires murieron no solo por evitar el pecado de fornicación, sino por imitar y participar de la pureza celestial de Jesucristo, quien al ser Dios, es la Pureza Increada. Por eso Jesús es el Cordero Inmaculado, porque no solo no tiene pecado de ninguna clase en Él, sino que Él Es lo contrario al pecado, la pureza, la santidad, la incorruptibilidad divina. Pero además de la pureza del cuerpo, San Carlos Lwanga murió por permanecer puro en la fe, porque fue la fe en Cristo Inmaculado la que lo llevó a él y a sus compañeros, a dar la vida terrena para conservar la gracia, antes que renunciar a la vida eterna eligiendo el pecado. En nuestros días, en los que se ensalza el pecado de la homosexualidad, de la fornicación, del adulterio y de toda clase de impurezas –por medio de la ideología de género, del feminismo, de la ideología LGBT-, además de ensalzarse la impureza de la fe, que es la idolatría o fe en ídolos paganos –Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, entre otros-, el ejemplo de San Carlos Lwanga y sus compañeros mártires es más actual que nunca: imitar y participar de la Pureza Increada de Jesucristo, en cuerpo y alma, para así llegar al Reino de los cielos.

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