Vida
de santidad[1].
Carlos Lwanga nació en Uganda y se convirtió al cristianismo
gracias a la actividad misionera y apostólica de los Misioneros de África,
conocidos también como los “Padres Blancos”. Los primeros conversos, que datan
del siglo XIX, pronto comenzaron a su vez una tarea evangelizadora, con lo que
comenzó a florecer una gran comunidad cristiana. Sucedió que, ya convertido al
cristianismo, Carlos Lwanga se desempeñaba como ayudante del rey local Mwanga,
quien era homosexual. Este rey mandó asesinar al antecesor de Lwanga en el
cargo, un protestante llamado José Mukasa, quien murió al oponerse a las
tendencias homosexuales del rey y llamarlo a la conversión. Fue en mayo de 1886
cuando el rey se dio cuenta que Carlos Lwanga estaba evangelizando y
convirtiendo al cristianismo a los miembros de la corte real, porque los
jóvenes se negaban a satisfacer sus pasiones desenfrenadas. Es por esto que
mandó llamar a sus verdugos y ordenó separar a los cristianos de los paganos,
diciendo: “Aquellos que no rezan párense junto a mí, los que rezan párense allá”. El preguntó a los quince niños y jóvenes,
todos menores de veinticinco años, si eran cristianos y tenían la intención de
seguir siendo cristianos. Ellos respondieron “Sí” con fuerza y valentía, por lo
que el rey Mwanga los condenó inmediatamente a la muerte.
El
rey mandó que al grupo lo llevasen a matar a Namugongo, localidad distante a
unos quince kilómetros de allí. Los prisioneros atados pasaron la casa de los
Padres Blancos en su camino y el Padre Lourdel más tarde relató cómo los
jóvenes iban animados y sonrientes, dándose ánimos unos a otros, a pesar de
saber que iban a una muerte segura. Un soldado cristiano llamado Santiago
Buzabaliawo fue llevado ante el rey. Cuando Mwanga ordenó que lo matasen junto
a los otros, Santiago dijo: “Entonces, adiós. Voy al cielo y rezaré a Dios por
ti”. Cuando el Padre Lourdel, lleno de dolor, levantó su brazo para absolver a
Santiago que pasaba ante él, Santiago levantó sus propias manos atadas y apuntó
hacia arriba para manifestar que él sabía que iba al cielo y se encontraría
allí con el Padre Lourdel. Con una sonrisa le dijo al P. Lourdel: “¿Por qué
estás triste? Esto no es nada ante los gozos que tú nos has enseñado a esperar”.
Cuando
la caravana de reos y verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes fueron
encerrados por siente días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron en
esteras de cañas y los pusieron en una pira. Mbaga fue martirizado el primero.
Su padre, el jefe de los verdugos, había tratado en vano una última vez de
convencerlo a desistir de su fe. Le dieron entonces un golpe en la cabeza para
que no sufriera al ser quemado su cuerpo. El resto de los cristianos fueron
quemados. Carlos Lwanga tenía 21 años. Uno de los ayudantes del palacio, Mukasa
Kiriwanu no había sido aún bautizado pero se unió a sus compañeros cuando se
les preguntó si eran cristianos. Recibió aquel día el bautismo de sangre.
Murieron trece católicos y once protestantes proclamando el nombre de Jesús y
diciendo: “Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras almas”.
Mensaje de santidad.
San Carlos Lwanga y sus compañeros mártires murieron no solo
por evitar el pecado de fornicación, sino por imitar y participar de la pureza
celestial de Jesucristo, quien al ser Dios, es la Pureza Increada. Por eso
Jesús es el Cordero Inmaculado, porque no solo no tiene pecado de ninguna clase
en Él, sino que Él Es lo contrario al pecado, la pureza, la santidad, la
incorruptibilidad divina. Pero además de la pureza del cuerpo, San Carlos
Lwanga murió por permanecer puro en la fe, porque fue la fe en Cristo
Inmaculado la que lo llevó a él y a sus compañeros, a dar la vida terrena para
conservar la gracia, antes que renunciar a la vida eterna eligiendo el pecado. En
nuestros días, en los que se ensalza el pecado de la homosexualidad, de la fornicación,
del adulterio y de toda clase de impurezas –por medio de la ideología de
género, del feminismo, de la ideología LGBT-, además de ensalzarse la impureza
de la fe, que es la idolatría o fe en ídolos paganos –Gauchito Gil, Difunta
Correa, San La Muerte, entre otros-, el ejemplo de San Carlos Lwanga y sus
compañeros mártires es más actual que nunca: imitar y participar de la Pureza
Increada de Jesucristo, en cuerpo y alma, para así llegar al Reino de los
cielos.
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