San
Gilberto nació en Sempringham[1],
Inglaterra, y ya como sacerdote fundó, con la aprobación del papa Eugenio III,
una Orden monástica, en la que impuso una doble disciplina: la Regla de san
Benito para las monjas y la de san Agustín para los clérigos.
Se
destacó, entre otras cosas, por su humildad y su dedicación a los pobres. El
santo distribuía las rentas de los beneficios eclesiásticos de Sempringham y
Terrington a los pobres y sólo reservaba una mínima parte para cubrir sus
necesides.
Fundó
las Gilbertinas, la única orden religiosa medieval que produjo Inglaterra. Sin
embargo, excepto una casa en Escocia, la fundación no se extendió nunca más
allá de las fronteras de Inglaterra, y desaparecieron cuando fueron disueltos
los monasterios.
Era
tan penitente, que sus contemporáneos se asombraban de que pudiese mantenerse
en vida, comiendo tan poco. En su mesa había siempre lo que él llamaba "el
plato del Señor Jesús", en el que apartaba para los pobres lo mejor de la
comida. Vestía una camisa de cerdas, dormía sentado, y pasaba gran parte de la
noche en oración. Durante el destierro de Santo Tomás de Canterbury, fue acusado,
junto con otros superiores de su orden, de haberle prestado ayuda. La acusación
era falsa; pero San Gilberto prefirió la prisión y exponerse a la supresión de
su orden, antes que defenderse, para evitar la impresión de que condenaba una
cosa buena y justa. Cuando era ya nonagenario, tuvo que soportar las calumnias
de algunos hermanos legos que se habían rebelado.
Gilberto
murió en 1189, a los 106 años de edad, y fue canonizado en 1202.
Los
santos siempre tienen algo para decirnos, y también en este caso, en el que
parecería no decirnos nada, debido a la mentalidad secular: un monje, fundador
de una orden religiosa, que nunca traspasó los límites de una pequeña nación;
para colmo, medieval, con lo que eso significa para nuestra mentalidad de hoy, y
además practicante de un ascetismo y de una moderación en los alimentos,
acompañados de una generosidad, que suenan extrañas para quien está
acostumbrado a vivir en una civilización materialista, individualista,
consumista, que busca ante todo apagar la sed de los propios apetitos, antes
que pensar en los demás.
A
pesar de esto, el ejemplo de San Gilberto es totalmente válido, porque el
camino de salvación del ser humano, sea que haya vivido en la Edad Media, sea
que viva en el siglo XXI, será siempre el mismo: la negación de sí mismo, por
medio de la práctica ascética, el ayuno, la mortificación, la oración, y la
práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales.
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