San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 23 de mayo de 2025

San Eugenio Mazenoud

 



         Vida de santidad.

         Carlos José Eugenio de Mazenoud nació en Marsella, Francia, el 1 de agosto de 1782 y falleció en el año 1861. Fue beatificado el 19 de octubre de 1975 por el Papa Pablo VI y fue canonizado el 3 de diciembre de 1995 por S.S. Juan Pablo II. Su padre ocupaba un importante cargo político por lo que la familia gozaba de una posición acomodada. El pequeño Eugenio poseía un temperamento autoritario e irascible; pero también una gran nobleza de corazón: en una ocasión, movido por la compasión, cambió sus ropas con las de un niño carbonero. En 1794, la familia tuvo que abandonar el país por razones políticas estableciéndose en Venecia; allí quedó a cargo de un sacerdote, el P. Bartolo Zaneli y gracias a esta amistad, Eugenio pudo discernir su vocación sacerdotal, la cual concretó el 12 de octubre de 1808 al ingresar al seminario de san Sulpicio, ordenándose luego sacerdote e iniciando su ministerio sacerdotal en octubre de 1812.

Desde un comienzo, se dedicó a los pobres, pero no principalmente a los pobres materiales, sino a los pobres de espíritu, aquellos que no conocen, que no aman, que no adoran al Hombre-Dios Jesucristo. Estos son los verdaderos pobres del Evangelio, y por esta razón San Eugenio dedicó su vida no a tomar medidas económicas o políticas para reducir la pobreza material, sino que se dedicó a predicar el Evangelio para combatir la peor pobreza, la pobreza de conocer, no amar y no adorar al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. A causa de la revolución de los ateos, que desde el poder se dedicaron a combatir a la Iglesia y a Dios, para sacarlo no solo de la vida pública, sino de la mente y del corazón del hombre, se había producido un gran empobrecimiento espiritual de la población. Como parte de su estrategia para difundir el Evangelio, fundó una asociación de sacerdotes seculares, llamada “Congregación de los Oblatos de María Inmaculada”, los cuales se dedicaban a catequizar a la población, sacándola del ateísmo, del materialismo, de la ignorancia acerca de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y de la ignorancia del valor de los Santos Sacramentos de la Iglesia Católica.

Para combatir esta pobreza espiritual, San Eugenio funda la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada, cuyo lema y carisma es combatir la pobreza espiritual, según se lee en el escudo de los oblatos: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres, los pobres son evangelizados”; este lema y carisma están basados en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Bienaventurados los pobres de espíritu”. Tras haber experimentado el Amor de Cristo Salvador en la Cruz, se sintió llamado a una vocación singular y así lo transmitió a sus primeros compañeros, “llamados a ser los cooperadores de Cristo Salvador”.

San Eugenio es luego nombrado Obispo de Marsella, tomando posesión de su diócesis el 24 de diciembre de 1837, lo cual le permitió evangelizar a dicha ciudad con el espíritu de su congregación. Además de predicar y de explicar el Credo, la Santa Misa y el Evangelio, San Eugenio se dedicó a luchar incansablemente por la libertad de enseñanza hasta lograr, con la promulgación de la ley Falloux, el derecho a la clase de religión. Este derecho había sido injustamente abolido por la revolución francesa, anticristiana, atea y materialista. Como obispo, creó veintidós nuevas parroquias, edificó numerosas iglesias —entre ellas la misma catedral— y además se establecieron treinta y un congregaciones religiosas en su diócesis. Monseñor Masenoud falleció el 21 de mayo de 1861, a la edad de 79 años.

         Mensaje de santidad.

Como hemos visto, San Eugenio se dedicó a combatir la pobreza, pero no la pobreza material, sino la espiritual, porque como dijimos, el pobre de espíritu es aquel que no conoce ni ama ni adora al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Es un grave error creer que en el Evangelio Jesús se refiere a la pobreza material: Jesús hace referencia a la pobreza espiritual, aquella que tiene dos vertientes: el pobre espiritual que carece de toda riqueza espiritual, el mencionado en el Apocalipsis –“Crees que eres rico, pero eres pobre”-, porque no conoce, ni ama ni adora a Nuestro Señor Jesucristo; mientras que la otra vertiente u otra clase de pobreza espiritual, es aquella en la que el alma es consciente de que no posee la verdadera riqueza, que es la gracia santificante y la Eucaristía y se dedica de lleno a conseguirlas. Entonces, si pobreza es carencia de bienes, el ateo o el que cree en una falsa religión -cualquiera que no sea la católica- es pobre y el más pobre de todos, porque carece de la verdadera riqueza que es la fe y la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el pobre es también el que está necesitado y en ese sentido, el pobre de espíritu es aquel que está necesitado de Dios; es aquel que sabe que Dios es la verdadera riqueza, que su gracia santificante y la Eucaristía valen más que montañas de oro y plata -es la parábola del tesoro escondido, ya que el tesoro escondido es la gracia y la Eucaristía- y por eso se dedica con todas sus fuerzas a adquirir, preservar y acrecentar la gracia, para recibir la Eucaristía con un corazón en gracia. A estas dos clases de pobreza espiritual, es a las que San Eugenio Mazenoud se dedicó a combatir; ése es el trabajo de la Iglesia Católica, sacar de la pobreza espiritual a las almas, dándoles el conocimiento o catequesis de Nuestro Señor Jesucristo y dándoles el Pan de Vida eterna, alimentando sus almas con la gracia de los sacramentos y con la substancia divina del Hombre-Dios Jesús de Nazareth, Presente en persona en la Eucaristía. La visión contraria y opuesta al Evangelio es la del socialismo y la del comunismo, ideologías materialistas y ateas que consideran que la única pobreza del hombre y la más importante, es la pobreza material; por eso estas ideologías se oponen al Evangelio y a la misión evangelizadora de la Iglesia, porque creen que solo existen pobres materiales. Pero esto es un gran error, porque el hombre es cuerpo y alma unidos indisolublemente; por eso es que se puede ser pobre materialmente, pero rico espiritualmente, si es que se tiene fe y se vive en gracia, porque esa es la verdadera riqueza espiritual; pero también se puede ser rico materialmente, pero pobre espiritualmente, cuando no se conoce ni ama ni adora al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Es por esto que la Iglesia condena al socialismo y al comunismo y a todas las ideologías y partidos políticos que promuevan al socialismo y al comunismo.

Finalmente, podemos decir que el mensaje de santidad de San Eugenio Mazenoud consiste en poner por obra el Sermón de la Montaña de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual llama “pobres” a los pobres de espíritu, no a los pobres materiales. Por esto es que conviene tener en cuenta quiénes son los verdaderos pobres, para entender a fondo la obra y el mensaje de santidad de San Eugenio Mazenoud.

En el Sermón de la Montaña o Sermón de las Bienaventuranzas, Jesús dice así: “Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!” (Lc 6, 20-26). En este Sermón, Jesús llama “felices” a los pobres, mientras que a los ricos les dedica un lamento, un “ay”; esto nos hace ver que Jesús, que es Dios, ve las cosas de un modo distinto a como las ve el mundo. Para el mundo, son felices los ricos, materialmente hablando, mientras que son “infelices” o faltos de felicidad, los pobres materialmente hablando. Para Jesús, la felicidad no consiste en tener muchas riquezas materiales, sino en ser “pobre de espíritu”, es decir, tener necesidad de la gracia de los sacramentos y sobre todo tener necesidad de la Eucaristía. Cuando se ven las cosas como las ve Jesús, se comprende porqué la riqueza material, con un corazón egoísta, es causa de lamento para Jesús y esto es porque la riqueza material hace olvidar a la vida eterna; por otro lado, la pobreza espiritual y no tanto la material, es la que hace verdaderamente feliz al alma, y esto porque el pobre espiritual tiene necesidad de la gracia y de Jesús Eucaristía. Además, el pobre espiritual vive, además de la verdadera pobreza espiritual, la verdadera pobreza material, que es la Pobreza de la Cruz: en la Cruz, Jesús nos da ejemplo de verdadera pobreza, tanto espiritual como material: nos da ejemplo de pobreza espiritual, porque por amor a su Padre es que lleva a cabo el Santo Sacrificio del Calvario, al tiempo que demuestra estar necesitando a Dios cuando lo llama antes de morir: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”; nos da ejemplo de verdadera pobreza material, porque en la cruz Jesús tiene solo los bienes materiales necesarios para llegar al Cielo y esos bienes no son suyos, sino que han sido prestados por Dios: en la Cruz, Jesús Pobre solo posee el leño de la Cruz, el cartel o letrero que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, los tres clavos de hierro que atraviesan sus manos y pies, la corona de espinas, que indica que Él es el Rey de los hombres y de los ángeles y por último, el velo que cubre su Humanidad Santísima, prestado por su Madre, la Virgen.

Dice Jesús en el Evangelio: “Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!”. Estas Bienaventuranzas y “ayes” podrían resumirse así: “¡Bienaventurados, felices, los que cargan la Cruz todos los días, y siguen al Cordero camino del Calvario; Bienaventurados, felices, los que se alimentan en gracia del Pan de Vida Eterna, la Sagrada Eucaristía; desgraciados, desdichados, infelices, los que rechazan la Cruz y se abandonan a los placeres del mundo!”.

         Que San Eugenio Mazenoud interceda por nosotros ante la Trinidad, para que deseemos vivir la verdadera pobreza de espíritu, la de sentirnos carentes de la gracia y de la Eucaristía, para que seamos enriquecidos por la Santa Iglesia Católica con la verdadera riqueza, la riqueza de los sacramentos que nos dan la gracia y sobre todo la Sagrada Eucaristía, que nos concede el Tesoro Escondido del Padre, la Gracia Increada en Sí Misma, el Hombre-Dios Jesucristo.