San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 5 de agosto de 2014

El Santo Cura de Ars y el secreto de la felicidad


         Al igual que San Agustín, Santo Tomás, y muchos otros hombres santos a lo largo de la historia, el Santo Cura de Ars buscó y encontró el secreto de la felicidad para el hombre, para todo hombre, tanto para esta vida, como para la vida eterna.
Según el Cura de Ars, la felicidad del hombre está en el orar, porque por la oración, el hombre se une a Dios y de Dios recibe su Amor y en el Amor de Dios está toda la felicidad que el hombre puede siquiera imaginar: “El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.  La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión con Dios con su pobre creatura; es una felicidad que supera toda comprensión”[1].
Y si la felicidad del hombre está en la oración, porque la oración lo une con Dios y le comunica su Amor, entonces la fuente inagotable de la felicidad es la Santa Misa, porque allí se dona en Persona, en la Eucaristía, el Dios a quien el hombre busca por la oración como causa de su felicidad, porque en ella, por Jesús, la humanidad se une íntimamente a Dios –por su unión hipostática, personal, con el Verbo- y a su vez Dios se dona en su totalidad, con toda la plenitud de su Ser trinitario y de su Amor trinitario, a la humanidad, causándole una felicidad que supera en grado infinito a la de todos los ángeles juntos y superando en grado infinito a cualquier felicidad que pudiera obtener la naturaleza humana en sí misma, porque la felicidad que le otorga el Verbo es la felicidad misma de la Trinidad. Por esta unión hipostática, lejos de ser un ritualismo vacío y formalista, carente de sentido, o válido solo para mentes pietistas de siglos pasados, la Santa Misa es la oración en la que el hombre se une del modo más íntimo posible con Dios, porque en ella la humanidad se une, a través del Hombre-Dios Jesucristo, del modo más íntimo y sobrenatural posible, porque la humanidad está unida personalmente, hipostáticamente, a la Persona del Verbo de Dios.
Esto quiere decir que si alguien se une a Cristo, en cuerpo y en espíritu, es decir, por la fe y por la comunión eucarística –comulgando el Cuerpo de Cristo y uniéndose a Él por la fe-, es unido a Él por el Espíritu Santo a su Cuerpo y a su Alma, a su Humanidad Santísima, y como su Cuerpo y su Alma están unidos hipostáticamente –personalmente-, a la Persona del Verbo, quien se une al Cuerpo de Cristo glorificado, es decir, quien comulga en gracia la Eucaristía, se une máximamente, de la mayor manera que un hombre mortal se puede unir, a Dios, aquí en la tierra, todavía sin vivir en el cielo, obteniendo así el máximo grado de felicidad, aún sin estar en el Reino de los cielos.
Es por esto que, si el hombre buscara la felicidad en donde ésta se encuentra, es decir, en la Santa Misa, en la comunión eucarística –esto es, en la unión por la fe, con el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Jesucristo-, no tendría en absoluto necesidad de recurrir a los falsos dioses del mundo, tal como lamentablemente vemos que lo hace en nuestros días.
Es esto lo que el Santo Cura de Ars quiere decir cuando dice que la felicidad del hombre está en la oración.




[1] Catechisme sur la priére, A. Monnin, Esprit du Curé d’Ars, Paris 1899, 87-89.

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